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58 MIGUEL G. ESTRADA Este primer careo entre San Francisco y el cardenal Juan de San Pablo está registrado por todos los escritores de la primera generación franciscana. Evidentemente, se le juzgó como algo fundamental en el abrirse camino del carisma franciscano hacia su aprobación por la Iglesia. Y por eso se le prestó tanta atención. He aquí, por ejemplo, cómo describe Celano la actitud precavida, respetuosa, sincera y, al fin, rendida del cardenal Juan de San Pablo en su encuentro con San Francisco: «Como era hombre prudente y discreto, le interrogó sobre muchas cosas. Y le aconsejó que se orientara hacia la vida monástica o ere­ mítica. Pero San Francisco rehusaba humildemente, como mejor po­ día, tal propuesta; no por desprecio de lo que le sugería, sino por­ que, guiado por aspiraciones más altas, buscaba piadosamente otro género de vida. Admirado el obispo de su fervor y temiendo decayese de tan elevado propósito, le mostraba caminos más sencillos. Final­ mente, vencido por su constancia, asintió a sus ruegos y se ocupó con el mayor empeño, ante el papa, en promover esta causa» 22. Como se ve, no hubo ni violencias ni brusquedades en aquel en­ cuentro entre la autoridad cardenalicia y el carisma franciscano. No hubo problemas serios de autoridad-obediencia. El cardenal no vio fácil, en un primer momento, aquel género de vida. E intentó Juan de San Pablo disuadir a San Francisco con unos razonamientos que ciertamente eran sensatos y que tenían su peso. Pero San Francisco vio claro, desde el primer momento, sobre su carisma, sobre el sen­ tido de la llamada que Cristo le había hecho. E intentó convencer al cardenal a base de unos razonamientos muy elementales pero de mu­ cha fuerza en cristiano. Al fin San Francisco se impuso al cardenal. No con la ley del más fuerte, sino con la suprema ley de la verdad evangélica. No hubo, entonces, enfrentamiento arisco carisma fran­ ciscano-jerarquía eclesiástica. Hubo sólo amistoso intercambio de pare­ ceres entre el carisma franciscano y la autoridad de un cardenal, del cardenal Juan de San Pablo. Y este resultado: el carisma franciscano, de momento, siguió adelante. 22. T o m ás d e C e la n o , Vida primera, 33.

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