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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 57 El cardenal Juan de San Pablo debía ser una persona humanamente selecta y religiosamente cultivada. De hecho los primeros escritores franciscanos coincidirán todos en afirmar de él que era «varón lleno de gracia de D io s » 20. Sus relaciones con San Francisco estuvieron guiadas por un tacto exquisito y por un gran respeto hacia el santo. El cardenal ciertamente no opinaba como San Francisco. No veía el cardenal la necesidad de fundar una nueva Orden religiosa en aque­ llos momentos; ya había bastantes con las existentes. Además aquel hombre, Francisco de Asís, con su idealismo y su talante humilde, no parecía la persona más indicada para poner en marcha una cosa tan compleja como era una Orden religiosa. Sin contar con que Juan de San Pablo, como todos los curiales un poco avisados, estaba temeroso ante los brotes de reformadores autónomos y desobedientes que pulu­ laban un poco entonces por todas partes 21. Lo que tenía que hacer San Francisco con sus compañeros de viaje era entrar en algún monas­ terio de los muchos que entonces existían diseminados por toda la cristiandad. Así opinaba el prudente y piadoso cardenal Juan de San Pablo. Pero, y ¿San Francisco? ¿qué opinaba San Francisco? Porque la autoridad de la Iglesia representada ahora por un alto curial, por un cardenal no veía bien su programa — el sentir de Juan de San Pablo era claro en su negativa— . Sólo que San Francisco tenía tam­ bién las ideas claras sobre el particular, aunque esas ideas no coinci­ dieran con las del cardenal. Desde luego que estaba dispuesto a obe­ decer a la Iglesia, pero el Santo no se sentía llamado por Dios a ser benedictino, ni monje de ninguna de las Ordenes monacales entonces existentes; él había venido a Roma para que le aprobaran su modo original de vida que, por lo demás, estaba del todo conforme con el Evangelio. E l tira y afloja entre aquellos dos hombres buenos y que intentaban ver las cosas desde Dios — el cardenal y San Francisco— , debió durar algunos días. Al fin, el laico humilde y sin letras con­ venció al cardenal docto y éste, Juan de San Pablo, terminó por ser partidario decidido del carisma de los pobres de Asís y de su expre­ sión legal que era aquella Regla mínima que había redactado San Francisco. 20. Leyenda de los tres compañeros, 47. 21. Quien desee, en pocas líneas, hacerse una idea general de esos movi­ mientos puede leer a O . E n g leb e r t , Vida de San Francisco de Asís, Buenos Aires 1949, 93-99.

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