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56 MIGUEL G. ESTRADA del todo para aprobar o rechazar la forma de vida franciscana; en la práctica bien poco era lo que podía hacer San Francisco contra la oposición probable de aquéllos. Pero, la verdad, ¿qué postura razona­ ble y lógica podía ser adoptada por los cardenales como no fuera la de rechazar, la de oponerse al carisma franciscano de pobreza y mi­ noridad absolutas? Siendo lógicos tenían que oponerse al carisma fran­ ciscano. Y es que lo contrario, dar luz verde a la forma de vida que predicaba y buscaba canonizar aquel «pobrecillo» de Asís, era tanto como ponerse en evidencia ellos mismos ante toda la cristiandad, era tanto como situarse en una postura bien poco airosa dentro de la Iglesia. Ocurría, además, que la visión de la Iglesia en general, y de la vida religiosa en particular, funcionaba conforme a esquemas muy con­ cretos, muy definidos, y que tenían bien poco que ver con el carisma franciscano. Pero aquellos esquemas eclesiásticos y de vida religiosa o habían sido creados por los mismos cardenales o, en todo caso, eran defendidos por ellos. Y lógicamente también desde este punto de vista tendrían que aparecer aristas en las inevitables entrevistas que iban a tenerse entre San Francisco, con su carisma molesto por lo exigente, y los cardenales defensores de lo establecido y de su vida confortable. ¿Cómo encasillar el carisma franciscano dentro de los mo­ vimientos eclesiales vigentes entonces? Y, además, ¿el carisma fran­ ciscano no era una denuncia implícita al tenor de vida de los propios cardenales? Estas eran cuestiones no sólo difíciles sino también fran­ camente espinosas y sólo a base de humildad y buena voluntad se podrían superar sin caer en fricciones insalvables. Pero descendamos ya a recordar en concreto cómo se desarrollaron esos encuentros entre San Francisco de Asís y los cardenales de Roma. 2.1. El cardenal Juan d e San Pablo El primer cardenal con quien trató San Francisco en su afán por dar legalidad a aquel carisma del que se sabía portador fue el cardenal Juan de San Pablo. Con este cardenal trató acerca de su intento por hacerse aprobar aquella diminuta Regla, que traía redactada, por el romano pontífice. Por lo que sabemos de sus conversaciones con el cardenal nos podemos dar cuenta ya de que San Francisco era un hombre con ideas muy firmes y claras, y de que, a pesar de su apa­ rente sencillez, o más bien simplicidad, sabía estar ante la autoridad.

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