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54 MIGUEL G. ESTRADA portante que manipulaba gran parte de los asuntos graves de la Iglesia. Nacido el cardenalato en el siglo vi, poco a poco va adquiriendo im­ portancia en el gobierno de la Iglesia, y cuando llegan los tiempos de San Francisco, al haber quedado en sus manos el nombramiento de papa, su importancia está ya consagrada y muy acrecentada. La importancia del papel de los cardenales en tiempos de San Francisco, podríamos expresarla con estas palabras: «En el Colegio Cardenalicio entraban los personajes que mayores méritos habían contraído en pro de la Iglesia por su celo y sus trabajos, por su doctrina teológica o canónica, por sus dotes bien probadas de gobierno; también por la nobleza de su linaje y su valimiento con los príncipes. El nepotismo era entonces raro. Entre los cardenales se escogían los legados a latere, los protectores de las Ordenes religiosas, los más altos dignatarios de la curia, como el vicecancelario, el camarlengo, el penitenciario mayor, el inquisidor general, etc. Aunque el papa fue siempre, por derecho divino, un monarca absoluto, se valió del Colegio Cardenalicio como de un elemento constitucional — especie de senado— en la legislación y administración de la Iglesia, no tomando decisión alguna de tras­ cendencia sin consultarlos y, si el caso lo requería, sin convocarlos ante sí en consistorio» 18. Así de importantes eran los cardenales. San Francisco conocía perfectamente esa importancia; muy pronto, por lo demás, tuvo que entrar en contacto personal con ellos. ¿Cómo fue el encuentro Francisco de Asís-cardenales de Roma? Al intentar examinar las relaciones entre San Francisco y los car­ denales partamos de una afirmación que me parece elemental, pero que conviene no olvidar: el carisma franciscano de minoridad y po­ breza y el tenor de vida de los cardenales no eran identificables según la mente de San Francisco; ni se parecían externamente en nada. Se­ guro que ambas formas de vida tenían su explicación y justificación desde el Evangelio; para San Francisco ciertamente que la tenían. Pero había algo, y algo muy importante, que los separaba. ¿Cómo ocupar en la Iglesia los últimos puestos — así los Frailes menores— , y, a la vez, ocupar puestos primeros — así los cardenales— ? ¡Impo­ sible! ¿Cómo vivir en destartalados conventículos — así los Frailes menores— , y, a la vez, poseer grandes palacios — así los cardena- 18. R. G. V illo sla d a , Historia de la Iglesia, t. II, Madrid 1953, 686. So­ bre este tema es interesante también Nueva Historia de la Iglesia, t. II, Madrid 1977, 239-240, 417.

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