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50 MIGUEL G. ESTRADA Los primeros escritos de franciscanismo que poseemos hablan de la advertencia «paternal» del obispo Guido. Pero razonablemente cabe suponer que no estaban ausentes de la mente del prelado otras razones más comerciales y terrenas y menos pastorales y paternales. Por lo demás, las cosas — la advertencia del obispo y la respuesta de San Francisco— , sucedieron así, según la Leyenda de los Tres Com­ pañeros. Para entonces San Francisco y los suyos vivían ya la exigencia carismàtica de pobreza total. Es muy probable que trabajaran normal­ mente para subvenir a sus necesidades más perentorias. Pero sucedía que, como no siempre encontraban trabajo, pedían limosna. Y en estas ocasiones, cuando pedían limosna, recibían los insultos más humillan­ tes y los desprecios más bochornosos. El obispo de Asís se enteró de los amargos tragos por los que tenían que pasar sus pobrísimos frailes. Y se creyó en el deber de hacer a San Francisco una llamada a la prudencia. Literalmente las palabras de Guido debieron ser éstas o parecidas: «Vuestra vida me parece muy rigurosa y áspera al no dis­ poner de nada en el mundo» 13. Ya hemos indicado que es muy probable que en el trasfondo de la conciencia del obispo existieran no sólo razones de conmiseración para los frailes, sino también razones aconsejadas por su sentido comer­ cial y por sus intereses financieros. En todo caso, es seguro que San Francisco conocía las defensas repetidas y desedificantes que ante los jueces de Asís hacía públicamente el obispo Guido de sus finanzas. Y no hay que descartar por principio que existiera una intencionalidad acusadora en la respuesta del santo. San Francisco contestó a la pro­ puesta de su obispo con este razonamiento que se nos antoja un tanto destemplado: «Señor, si tuviéramos algunas posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios y del prójimo; por eso no queremos tener cosa alguna temporal en este mundo» 14. Como se ve, las palabras de San Francisco no pecan de diplomá­ ticas precisamente. Sobre todo si se tiene en cuenta que el obispo las podía tomar como una velada recriminación. No obstante, la Le­ yenda de los Tres Compañeros se apresura a constatar que el obispo 13 . Leyenda de los tres compañeros, 35 . 14 . lbid.

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