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LA PRIMERA ORACIÓN DE SAN FRANCISCO 37 d) En cuanto a los epítetos también aparece la exposición balan­ ceada: comienza con d o s epítetos que preceden a D eu s ; luego viene un solo epíteto, siguiendo a las tres virtudes; concluye con otros dos epítetos que anteceden a mandatum\ así logra la más perfecta formu­ lación estética: a b a (simetría entre el primero y tercer miembro con la variación del segundo). Esta estructuración no es casual, sino pen­ sada. e) El ritmo impone selección de vocablos. Veamos una sorpren­ dente y feliz coincidencia entre el principio y fin de la oración de Francisco ( S umm e ... mandatum ) y los grandes orfebres de la palabra. Demóstenes está considerado como príncipe de la elocuencia uni­ versal. Concretamente su discurso De corona es para C ic e r ó n ( Orat. 133) lo más perfecto que se ha escrito en oratoria, a la vez que QUIN- TILIANO (10, 1, 76) piensa que Demóstenes es el príncipe de la elo­ cuencia muy por encima de todos. Precisamente por su valía influyó mucho en la retórica cristiana, ya desde los apologistas (cf. V. Bu- chh eit en REALL 41956) s. v. D em osth en es 712-735). Pues bien, este inigualable discurso, al igual que Francisco, comienza con bisílaba llana o grave (rcpóbxov) y se cierra con trisílaba (dacpaXfj). Los dos tratados filosóficos de C ic e r ó n , De Amicitia y De S en ectu te se inician con bisílaba llana y se clausuran con trísilaba llana (como Francisco): Quhítus y L icet ; pu tetis y possitis, respectivamente. El mismo fenó­ meno se presenta en otros tratados y discursos ciceronianos y, aunque no siempre se sigue ese esquema rítmico, es muy frecuente y artístico. Y ¿qué diremos, si nos percatamos de que dos bisílabas llanas forman la obertura de los dos primeros poemas de Europa, cronológica y axiológicamente, la Ilíada ((xfjvtv) y la Odisea (avSpa), cerrándose con polisílabas, exactamente igual que en el cantor asisiense? Pero aun hay más: los dos términos griegos constan de sílaba larga y breve, igual que s um m e ; esto produce un ritmo solemne, por ser descen­ dente en los dos poetas, cual conviene a la epopeya, cuyo tema son las gestas de dioses y reyes, y a la plegaria que es simbiosis de Dios y el hombre. Estoy seguro de que Francisco nunca oyó hablar de Homero ni de las otras figuras del arte. Pero, como ellos, era cantor por esencia y gozó de las mismas intuiciones geniales que ellos. Si Celano llega a decir que el Poverello era la oración personificada, yo me atrevería a afirmar que el ritmo, la poesía y la música se hipostasiaron en Francisco.

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