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LA PRIMERA ORACIÓN DE SAN FRANCISCO 35 previa, en la que se suplica iluminación de la inteligencia, para acertar en lo que se debe pedir. Sigue la petición propiamente dicha con la fuerza del imperativo monosilábico da. Y Francisco está acertado en su petición. ¿Qué mejor deseo que la trilogía de las virtudes teologa­ les? El la ha exornado y recortado con la rima. En realidad en la petición propiamente dicha {da mihi) pide cinco cosas: la tríada teologal, más dos dones intelectivos ( sensum et cogni- tionem). Es sorprendente la matización intelectualista de esta breve y encendida plegaria, en labios del amante Francisco, a quien acertada­ mente se sustantiva Serafín y se adjetiva Seráfico: Inmediatamente después de la invocación pide iluminación del entendimiento; y la quíntuple petición acaba con un binario intelectivo. ¿Cómo se explica esto? Sin duda, por el modelo de la plegaria litúrgica, que Francisco medita asiduamente, la cual siempre se dirige a las facultades supe­ riores, entendimiento y voluntad. Anotemos sobre la simbología del número cinco, que por su pro­ bable etimología (de quin-que y éste de rcév-xe) significa lit. «y cinco», es decir, final de la primitiva enumeración, por los dedos de la mano, que sólo contaba hasta cinco. De ahí que su simbolismo sea, entre otras cosas, «totalidad, suma inacabable». Al pedir Francisco cinco dones, lo ha pedido todo. Aun hay pueblos primitivos que sólo cuentan hasta cinco, según los dedos de la mano. Mano del lat. manus, posi­ blemente está emparentado con el v. hebreo manah, «contar» (en acádico mana ), que aparece en Dn 5, 25-26, con ese sentido, en el episodio de la mano que escribía esa palabra en la pared, durante la cena del rey Baltasar. Daniel la interpretó como «Dios ha contado tu reino». Allí apareció en la forma nominal del verbo: mené. Toda la oración va lógicamente subordinada al cumplimiento de la voluntad de Dios: ut faciam. El armazón lógico es: Deus, ¡Ilumina, da, ut faciam mandatum. h) La estructura litúrgica de la oración en el Misal Romano, en último término, arranca de la epopeya homérica. La forma de la ora­ ción cultual griega influyó decisivamente en la latina y ésta en la cristiana, cuyo vocabulario reproduce en gran parte. Digamos ante todo que aparece muy cuidada en sus tres fases: es que se trata de un discurso ante la divinidad. De ahí que el término £oyr¡ (en NT xpoasü^Vj) denote fundamentalmente elevación solemne de la voz (ora­ ción vocal); y «oratio», pieza oratoria. En estas tres culturas — griega, latina y cristiana— consta de tres partes en general, desde Homero:

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