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8 ISIDORO RODRÍGUEZ elegante dentro de su sencillez encantadora, como que recibió el últi­ mo retoque estilístico del gran ciceroniano que fue San Jerónimo. Las homilías de los Padres —varios de ellos profesores de retórica, como Cipriano y Agustín— por lo general muestran un estilo muy cuidado, según los preceptos de la estética contemporánea. 3. Francisco iliterato: a) Ahora bien, Francisco está dotado de finísima sensibilidad esté­ tica y capta maravillosamente la armonía del lenguaje. Quizás se exa­ gera demasiado la influencia literaria de los amanuenses en sus escri­ tos, puesto que el cursus rítmico, la cadencia numerosa, el vuelo lírico se comprueban en sus escritos autógrafos y en los dictados, en los que no hay influjo extraño. El tiene conciencia de su preparación para escribir sencillamente —lo que ya encierra una buena dosis de elegancia— como afirma en su Testamento. b) Estoy seguro de que el Poverello no pensó en artificios litera­ rios, al redactar sus Escritos. Pero no me hartaré de repetir, con Menéndez y Pelayo, que Francisco fue músico y poeta en todos los momentos de su vida y, por lo mismo, dotado de gran sensibilidad para el compás y el ritmo, con canciones que brotan espontáneamente de sus labios. No hace falta que él tuviera conocimiento sistemático de las normas calológicas de su tiempo. Flotaban en el aire y eran patrimonio común de trovadores y poetas. c) Probablemente se ha minimizado en demasía la falta de prepa­ ración cultural de Francisco. No es verdad. Frecuentó estudios en la escuela clerical de San Jorge. Además del italiano, dominaba bastante bien el francés y el latín. Aun en nuestros días, no se juzgaría por iletrado e «idiota», a quien poseyera esa preparación. Además, quien lea despacio sus escritos y las biografías de Celano y Buenaventura, acaba por convencerse, a causa de sus dichos y acciones, de que estaba dotado de un gran talento y de que se dedicaba asiduamente a la tarea teológica —y aun filosófica— de la reflexión, ponderación y examen. 4. a) No me guía el panegírico y la apología del Padre amado, al considerar su obra literaria. Intento examinar objetivamente el tex­ to, tal como está escrito, prout iacet, pretendiendo averiguar su con­ tenido y su forma. Algo así como el grafologo, que ante una escritura, se propone descubrir la psicología de su autor. Me hubiera comporta­ do de la misma manera, sin saber quién era su autor, o si me lo hu-

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