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474 MAXIMILIANO FARTOS MARTÍNEZ lancólica se usan contra la melancolía, ácido contra ácido, sal para eliminar humores salados», de la misma manera «excitando la compa­ sión y el temor, o terror, tenía poder para purgar el ánimo de estas y otras pasiones semejantes, es decir, para templarlas o reducirlas a justa medida, con una especie de deleite, producido al leer o ver esas pasiones bien imitadas». ¿Tendría sentido poner hoy el ejemplo de las vacunas? El famoso pasaje de la Política, expresamente relacionado con la Poética, hace que no parezca completamente descabellado ver en el padre de la lógica también a uno de los primeros padres de la psiquia­ tría. Pues por un lado queda bien explícita la observación de que los poseídos por el entusiasmo, los compasivos, los temerosos y los domi­ nados por cualquier pasión pueden quedar como si hubieran obtenido medicación y purgación, y sentirán alivio junto con placer, por medio de la música. Y por otra parte, queda reflejada la observación de que «la pasión que en algunas almas ocurre violentamente, existe en todas, y la diferencia está en el menos y en el más». Para resaltar la actua­ lidad e importancia de esta apreciación, bastará con reseñar que esa mera diferencia de grado es la que Freud establece, como supuesto básico, entre el sano y el enfermo, y la que establece Lévi-Strauss entre nosotros y los primitivos. Y desde luego por la cabeza de Aristóteles debió rondar la idea de «transferencia». Volvamos ahora a San Agustín. Arrebatábanle los espectáculos tea­ trales, porque en ellos podía contemplar el libre juego de las pasiones. Cuando contemplaba allí cosas tristes y trágicas quería sentir dolor con ellas, pero ese dolor era a la vez deleite. Viene a cuento aquí aque­ lla observación sagaz del Estagirita en el cap. II de la Poética : «Aque­ llas cosas mismas que miramos en su ser con horror, en sus imágenes al propio las contemplamos con placer, como las figuras de fieras fero­ císimas y los cadáveres». Si «pulchra sunt quae visa placent», ¿cómo hay cosas que contempladas en sí mismas horrorizan, pero en sus imá­ genes nos deleitan? Observa San Agustín que si la representación no causa dolor al espectador, éste se marcha de allí aburrido y murmurando (fastidiens et reprehendens). En caso contrario permanece allí contento. Y que tanto más se conmueve uno con la contemplación de aquellas cosas tristes y trágicas, cuanto menos libre se está de semejantes afectos. Cerrando la observación con aquel juego entre «patitur» y «compati- tur», «miseria» y «misericordia», que le conduce a sentenciar: «bien

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