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472 MAXIMILIANO FARTOS MARTÍNEZ del cogito, cuyo origen primero habría que buscar en Plotino1. Este reconocimiento, a nuestro entender, no resta mérito alguno a Des­ cartes, como no se lo resta a Galileo el hecho de que con ochenta años de antelación formulara Domingo de Soto la ley de caída de los cuerpos (uniformiter difformiter intenditur, escribía Soto) en contraste con la velocidad de los proyectiles (uniformiter difformiter remittitur). En el caso de Descartes, ni siquiera el hecho de que, además de las anticipa­ ciones agustinianas (y de Santo Tomás, Campanella, etc.) sobre el cogito, puedan encontrarse anticipaciones a su concepción puramente mecanicista de los organismos animales (Gómez Pereira), al argumento ontologico (San Anselmo), a las coordenadas cartesianas (Nicolás de Oresme), a la a veces no tan fácil distinción entre la vigilia y el sueño (Calderón), etc., debe hacernos caer en la tentación de considerarlo como un tunante ecléctico. Todo lo contrario. Debemos considerarlo como el hombre de su época, que supo sistematizar el espíritu de la misma y vivificar con un método nuevo los múltiples elementos dis­ persos. Algo parecido a lo que hizo Platón: dotar de «fisiología» a ingredientes «anatómicos» que procedían de Sócrates, los pitagóricos, los eleatas, y también de los heracliteanos, los sofistas, etc. Tal vez no esté completamente desencaminada la siguiente comparación lite­ raria: El cogito es como el Fausto; muchos habían ensayado la plas- mación poética del famoso mito, pero Fausto de verdad sólo hay uno: el de Goethe. Análogamente, cogito de verdad sólo hay otro: el car­ tesiano. 1. En Enn. V, 3, replicando sin duda a la aporía de Sexto Empírico sobre el conocimiento propio (cf. el estudio de J. R. S an M iguel , De Plotino a San Agustín, Madrid 1964, 28, 30, 45-61). Plotino, que pasa por autor de exposición oscura (no ciertamente la Ennéada IV), es, no obstante, genial. Por ej., en Enn. V, 5, 7: 24-32 se anticipa en dieciséis siglos a la ley de Müller sobre la energía específica de los sentidos (restringida al de la vista). Indudablemente de haber caído en la cuenta de ello se hubiera evitado muchos embrollos. Quizás lo que buscaba Platón con su teoría de la reminiscencia era, entre otras cosas, una teoría de la memoria, facultad que es para nosotros (utilizando una expresión genial que Hume aplica a los principios de asociación de imágenes), el cemento del universo. Sus filosofías, como casi todas las buenas, contienen preforma­ ciones de teorías científicas, aunque no se agotan en ellas.

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