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MUNDOS POSIBLES Y MUNDOS NECESARIOS 483 bién hay una paloma lírica a la que le ocurre lo propio \ Dicho de otra manera: los dioses son inmortales, pero su vida transcurre. Es ya un tópico que la consideración del Destino, en cuanto podía alcanzar a los propios dioses, posibilitó el paso de las divinidades mito­ lógicas al panteísmo o teísmo filosóficos. Por contraposición a la poesía, la lógica apunta a la eternidad en sentido estricto. Incluso hasta donde sea posible elaborar una lógica del tiempo, ésta habrá de ser, como lógica, eterna en el sentido de que sus leyes la gobiernen desde fuera de él. Las leyes de la lógica se presentan, al menos a los ojos de los leibnizianos, como leyes que —y no es blasfemia, sino jaculatoria— ni Dios puede variar. Se pre­ sentan como vigentes en una eternidad parmenídea. Raro será el lógico (o aficionado a la lógica) que no haya sentido alguna vez la emoción reflejada en ese texto de Lukasiewicz recogido más arriba. Es el suyo un mundo (y así su propio lenguaje) que no deja sitio a la ironía, mientras que ésta habita a sus anchas en la otra eternidad, la del arte (siéndole, por supuesto, esencial a su lenguaje). Me siento ani­ mado a decir que la lógica es lo que queda, cuando se pone entre paréntesis todo aquello sobre lo que cabe ironizar. ¡Ah, la ironía socrática! Persiste en la duda metódica, en la crítica kantiana y en la husserliana. De hecho alcanza la ironía a (o se puede ironizar sobre) todo aquello que pueda concebirse, sin contradicción, como no siendo; es decir, a todo aquello cuya negación (o puesta entre parén­ tesis) no implique contradicción. Hasta el vulgo sabe que en lógica (y en la matemática en la medida que pueda reducirse a puro encadenamiento lógico) no se puede ironi­ zar. Su mismo lenguaje técnico lo imposibilita. Difícilmente puede librarse el leibniziano de la tentación de afirmar que si Dios existe, la de la lógica es su perspectiva. Ni de la tentación de imitar aquellos versos irónicos y memorables de Jenófanes sobre los dioses, y decir poco más o menos: Nada le parece al hombre más bello que un bello cuerpo de mujer, pero si los caballos pudieran formular juicios esté­ ticos, nos enteraríamos seguramente de que eran equinas sus prefe­ rencias. Nada se le presenta al hombre como más cierto que el teorema de Pitágoras, pero si a los caballos les fuera dado opinar sobre el asunto, en este caso también serían, con seguridad, pitagóricas sus certezas. 11. Juan de Mairena, V II, Madrid 1973, 35-36.

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