PS_NyG_1981v028n003p0471_04850410

482 MAXIMILIANO FARTOS MARTÍNEZ resultado (cuyo comentario personal más extenso no es de este lugar) está a la vista: ese Dios tiene la robustez de un joven armonizado con la bondad y sensatez de un anciano venerable. No revelando menor fuerza que la de Júpiter, uno se siente además inclinado a fiarse de él, cosa no imaginable cuando se trata del cínico, y lascivo, y tornadizo rey del Olimpo. Para referirme a la función de lo inesperado en el arte abstracto, del que, lo confieso, me siento catador más inseguro, cedo la palabra a C. Popovici: «Lo bello del arte abstracto reside en lo insólito, en la perplejidad que éste ostenta. La imagen de una obra de arte abstracta nos produce un pasmo, un estupor que sólo lo absolutamente impen­ sable o inimaginable nos puede producir. Todo nuestro sistema per­ ceptivo, que está «prefabricado» para el quehacer mundano, está some­ tido a una experiencia, por así decirlo, a contrapelo» 9. Clásica o abstracta, escultórica o musical, pictórica o literaria, la obra de arte nos libera «intencionalmente» de las cadenas de nuestro tiempo concreto (y contado). De la liberación que se puede encontrar en el arte han hablado prolijamente, entre otros, Marcuse y Sartre. Me vienen ahora a la memoria las últimas palabras de la intervención de Sartre en el coloquio publicado bajo el epígrafe ¿Para qué sirve la literatura?; hablando desde el punto de vista del lector del libro lite­ rario: «Si se ha vivido ese momento de libertad; es decir si durante un mo­ mento ha escapado —gracias al libro— a las fuerzas de alienación u opresión, téngase la seguridad de que no lo olvidará. Creo que esto es lo que puede hacer la literatura, o por lo menos cierta literatura» 10. Sin necesidad de que las palabras alienación y opresión tengan para mí exactamente las mismas connotaciones que para Sartre, la última experiencia de este tipo que yo he tenido ha sido precisa­ mente con la lectura de el Don Juan de Torrente Ballester. Tengo la seguridad de que no lo olvidaré. La satisfacción del arte envuelve siempre el tiempo vivo, por más que quien la experimente se sienta llevado a «otros tiempos», ajenos a su tiempo biográfico. Bien lo sabía Machado cuando, degustando la soberbia imagen kantiana de la paloma metafísica, hace ver que tam- 9. Estética y arte abstracto, Madrid, Ateneo 1966, 24. 10. Buenos Aires 1967, 106.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz