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480 MAXIMILIANO FARTOS MARTÍNEZ c) Quizás pudiera decirse mejor que a quien se anticipa San Agus­ tín no es tanto a Kant, cuanto a la interpretación heideggeriana de la analítica del tiempo de Kant. Y a la estructura de la vida como futurición, de Ortega. d) La distinción bergsoniana entre tiempo exterior (el de la física) y tiempo como duración (el tiempo interior) podría resultar aquí ciertamente provechosa. 4 . C o n sid e r a c ió n s im u l t á n e a d e l o s t r e s t e x t o s Estos tres textos se hallan bastante separados unos de otros en las Confesiones y, ciertamente, se refieren a temas en apariencia radical­ mente distintos. Sin embargo, estoy convencido de que en la consi­ deración simultánea de los tres (que no he visto realizada) pueden arrojarse luz mutuamente y sugerir que se los organice en un sistema. Vamos a intentarlo. Sólo el hombre goza de los espectáculos teatrales y es capaz de re­ solver problemas aritméticos y geométricos. Sólo él es capaz de hacer y gozar del arte y la ciencia. Pues bien, en la meditación agustiniana sólo el hombre se revela como ser radicalmente temporal. Los otros seres, o meramente están en el tiempo o, aunque se les vaya pasando el tiempo, ellos no se percatan ni lo sufren. El hombre, en cambio, por su capacidad de espera es —nunca mejor dicho— un ser futurizo. La palabra es de Julián Marías6. Como tal ser, su memoria, lejos de reducirse a puro almacén de datos y relaciones entre ellos (colocados en el mismo plano), los organiza en forma de tiempo ya pasado, cuyas propiedades son complementarias de las del porvenir. El presente es el punto en que por la operación de complementación los instantes del futuro van cambiando de signo y se convierten en instantes del pasado. Para que se patentice el enlace anunciado entre los tres textos, el arte y la ciencia tendrían que dejarse analizar por referencia al tiempo. Creemos que ello no es difícil. Por lo pronto hay una nota común a los productos del arte y de la ciencia, su carácter de intemporales. Así la Venus de Milo y el teorema de Pitágoras. Las estatuas y los 6. O por lo menos yo la he visto por primera vez en su Antropología Meta­ física, Madrid, Rev. de Occidente 1970. En el hecho de que esta obra y el Don Juan de Torrente Ballester, al que más abajo aludiré, no hayan alcanzado el número de ediciones que se merecen, veo yo un claro exponente de cómo andan entre nosotros las cosas de la cultura.

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