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456 JOSE LUIS LARRABE —por voluntad divina— existen; carismas y ministerios que el Espí ritu mismo se encarga de despertar hoy —no menos que ayer— desde el seno mismo de la Iglesia, por El vivificada y actualizada. 0.7. El sacerdote, cristiano entre cristianos: la naturaleza y espiri tualidad sacerdotales no son algo al margen y aparte del ser cristiano, del bautismo y de la fe, sino que se edifican sobre esta piedra angular que es Cristo, sobre el sacramento fundamental que es el bautismo, sobre la virtud básica que es la fe (el sacerdote está sometido más o menos a las mismas vicisitudes y riesgos de la fe y de las demás vir tudes que el resto de los fieles en la Iglesia); como fundamentalmente ha de ser la misma, al menos en una primera instancia, su opción y actitud de seguimiento de Cristo, de cumplimiento de las Bienaventu ranzas; éstas son no sólo meta, sino también el punto de partida de todo cristiano: la espiritualidad del sacerdote no tiene por qué empezar desde el carácter sacerdotal y sus exigencias; de ellas hablaremos más tarde. Siendo la Iglesia lugar de encuentro y colaboración de los unos con los otros, seglares y sacerdotes, nunca debiera renunciar a ser espacio de libertad y amor, capaz de lograr que sea gozosa esta cola boración entre todos los carismas y estamentos de la Iglesia; ésa ha de ser su atmósfera; muchas de las frustraciones provienen de la falta de este oxígeno. Si este problema se resuelve adecuadamente, se logrará también que la crisis del clero sea de transición para su reconstrucción, no sólo numérica sino también cualitativa: hoy se pretende como obje tivo la solución integral y de convergencia del clero, no sólo la cultural, económica o del celibato (entendidas aisladamente). 0.8. Vara eso, volver a las fuentes: por eso hoy no sólo el sacer dote, también los religiosos y seglares que no tienen una sólida forma ción bíblica, un conocimiento profundo, vivo y vital de la Palabra de Dios, están perdidos; estará y se notará, frecuentemente, descentrado de su identidad y misión; y es que la Iglesia sin referencia constante a Cristo y su Evangelio apenas tendría carácter profètico, ni ético-norma tivo, ni sería sacramento «de la íntima unión con Dios y de los hom bres entre sí» (LG 1). 0.9. Sólo así se va de la frustración a la realización, de la insa tisfacción a la liberación, de la postración y esclavitud a la satisfacción y gozo propios y necesarios en toda vocación, salvada —claro está— la especificidad de cada una de las vocaciones, que son múltiples en el Reino de Dios.
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