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NATURALEZA Y GRACIA DEL MINISTERIO SACERDOTAL 467 2.8. Misioneros del Evangelio y amantes de la libertad religiosa: ¿cómo compaginar hoy estas dos coordenadas, irrenunciables ambas, si se quiere ser fiel al Evangelio y al Concilio Vaticano II? No hay que ser exclusivistas en esta materia, pues dejando aparte uno de los elementos del binomio la solución es fácil, pero no es solución, deja de serlo desde el momento en que se elude uno de los factores del problema: la evangelización (deseada y mandada por Jesús: cf. final de los Evangelios de San Mateo y San Marcos: «id y evangelizad») no se opone a la libertad religiosa, antes bien, la presupone. Tampoco hay que ser exclusivistas a la hora de optar por los lugares adecuados para la evangelización: ¿sólo las parroquias y comunidades eclesiales? O ¿también las escuelas y demás instituciones docentes y formativas de todo tipo? La libertad se salva cuando se da la formación propia­ mente religiosa sólo a los que la piden, debiendo darse a todos la formación humana y ética que todo hombre necesita. Con esto no se da mengua alguna de libertad, sino que se la posibilita. 2.9. El sacerdote de cara al compromiso social: la pregunta mis­ ma está mal planteada ya que se trata del compromiso del sacerdote juntamente con la comunidad cristiana según el planteamiento de la encíclica Octogessima adveniens. Puesto que sacerdote y comunidad no pueden ser insensibles al compromiso social en corresponsabilidad, un compromiso evangélico y dinámico, ¿qué fin ha de pretender? La edificación de una comunidad tal, que sea catalizadora en medio de una sociedad consumista, injusta y violenta. La justicia integral y universal, que se ha de promover, tenga como base y fundamento el Evangelio (que de ninguna manera es ambiguo en el tema de la riqueza y pobre­ za, de la justicia y la caridad). El carácter netamente evangélico con que han de actuar los cristianos y las comunidades cristianas no quita para nada la posibilidad de colaborar con iniciativas provenientes de otras instituciones y confesiones con tal de que unos y otros tengan buena voluntad y usen medios honestos. Pero nadie (persona o comu­ nidad) se puede llamar cristiano de verdad sin la solidaridad con los pobres y desheredados de este mundo: solidaridad crítica con el trabajo de la reconstrucción social que está ya presente, por doquier, en este mundo materialista y consumista que no está conforme consigo mis­ mo, tampoco con el Evangelio 20. 20. Cf. Ju an P a b lo II, Laborem exercens (15 set. 1981).

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