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458 JOSE LUIS LARRABE Hay, pues, reciprocidad entre comunidad y ministerio, subordinado éste a aquélla, en el sentido explicado recientemente por el Papa Juan Pablo II al decir que el sacerdocio ministerial es para que los fieles vivan mejor (personal y comunitariamente) el sacerdocio bautismal (Car­ ta, n. 9). Hay, pues, reciprocidad entre el sacerdocio ministerial y el bautismal, entre ministerio sacerdotal y comunidad. Esta relación y «ordenación»» se vivían desde antiguo: tenemos testimonios como el de Paulino de Ñola que no se veía a gusto como sacerdote en solitario al decirnos en frase que luego se hizo lapidaria: «in sacerdotium tan- tum Domini, non etiam in locum Ecclesiae dedicatus» 2. Y San Isidoro de Sevilla llegó a considerar (a los sacerdotes sin referencia a la comu­ nidad) como «cabeza sin cu erpo »3. Adjetivos como «vacíos» (vacua), «ineficaces» (inefficax) y otros más fuertes... fueron en aquellos tiem­ pos y documentos aplicados a los sacerdotes sin referencia a la comu­ nidad eclesial4. 1.3. ¿Sacerdotes que broten desde sus comunidades? Aunque de cada comunidad eclesial, si se vive la eclesialidad en sentido pleno, debieran brotar obviamente las vocaciones sacerdotales que necesitan, hubo también en la Iglesia primitiva envío de sacerdotes de unas co­ munidades a otras (hoy diríamos también de una diócesis a otra o hacia las misiones) en virtud de la oikonomía o comunicación cristiana de bienes. También los apóstoles se trasladaron de unos lugares a otros. Lo principal es que las comunidades tengan su vitalidad evan­ gélica y comunitaria; si así es, no les faltarán sacerdotes para promo­ verlas. Además de esta solidaridad vocacional, ¿tenían parte activa las comunidades en la elección de sus presidentes y hasta en la liturgia de la ordenación misma? La respuesta es, sin duda alguna, afirmativa con tal de que se puntualice bien su contenido y espíritu. No se opone al dogma, en todo caso será cuestión de dificultades prácticas, cierta participación de la comunidad en la elección de los que las hayan de presidir como obispos y sacerdotes, y cierta participación también en la liturgia misma de tales ordenaciones, pidiendo a Dios la fuerza del Espíritu, juntamente con el Obispo que impone las manos, para alimentar y guiar el rebaño (hoy comunidad), misión ésta que era 2. Epistola I Ad Severum, c. 10: CSEL 29, 9. 3. De ecclesiasticis officiis, II, 3: PL 83, 779. 4. E. S c h ille b e e c k x , a. c., 93, n ota 11.

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