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440 RICARDO MARIMON BATLLO modo alguno, ni el inocente ni el culpable puedan pasar luego a nuevas nupcias (cf. CIC, can. 1129). De los hijos se habla nuevamente aquí: «Dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne» (Mt 19, 5. Cf. Gen 2, 24). El Señor repite y supone la enseñanza del Génesis. Los hijos no son con sus padres una misma carne como los esposos. Según la institución divina se separarán de ellos para hacerse «una misma carne» con sus respectivos esposos o esposas. La primacía de la unión conyugal sobre la unión paterno-filial es aquí igualmente evidente que en Gen 2, 24. La naturaleza y la causa de esta unión ha quedado en el evangelio clarificada y reforzada con la enseñanza de Cristo. 4. No omitimos que nos llama la atención, especialmente en San Mateo, que en los evangelios aparecen con más frecuencia las relaciones paterno-filiales que las de los esposos. Jesús resucita a «la hija» de Jairo (Mt 9, 18ss; Me 5, 22ss; Le 8, 40), sana a la «hija» de la cananea (Mt 15, 22ss; Me 7, 24ss), cura al «h ijo» lunático a ruegos de su padre (Mt 17, 14ss; Me 9, 14ss; Le 9, 37ss), resucita al «hijo» de la viuda de Naín (Le 7, lls s ); a él acude «la madre de los hijos de Zebedeo» pidiéndole por ellos (Mt 20, 20ss), aunque Me 10, 35 habla sólo de «los hijos de Zebedeo». Jesús propuso la parábola del hijo pródigo en la que no se habla para nada de la esposa del padre (Le 15, llss). Rara vez se habla en los evangelios de esposos o esposas, aunque se habla también: Mt 27, 19 habla de la mujer de Pilato; Me 15, 47 habla de «María la de José» y Me 16, 1 de «María la de San­ tiago»; Le 8, 3 habla de «Juana, la mujer de Cuza». También Le 11, 38 y Jn 11, lss hablan de los tres hermanos, Lázaro, Marta y María, la familia predilecta de Jesús. No aparece una familia de esposos explí­ citamente como tales. Sin embargo, es notable que Jesús hizo su primer milagro — y lo hizo a ruegos de su Madre— , por unos esposos (Jn 2, 1 ss). Nada podemos, pues, concluir de que aparezcan o no esposos en el evangelio. La objeción no es concluyente. 5. Ni podemos tampoco concluir nada de la misericordia que Jesús ejerce con la mujer adúltera (Jn 8, 1 ss), a la que despide diciéndole: «Anda y desde ahora no peques más» (Jn 8, 11). Igualmente a la sama- ritana le había advertido: «cinco maridos tuviste, y ahora el que tienes no es marido tuyo» (Jn 4, 18).

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