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EL OCCIDENTE AL ENCUENTRO DEL ORIENTE. 397 templación del mundo, según se advierte en el arte griego; el eón heroico, que implica siempre afán de dominio y de prepotencia, como se hace sentir en la gesta romana y en la del mundo fáustico moderno; el eón ascético, que huye del mundo con profundo sentido pesimista y que alcanza en el budismo su máxima significación; el eón mesiánico, que dio a la Edad Media su gran sentido espiritual y que anuncia la nueva época histórica como un mundo en que se logrará la plenitud del espíritu. W. Schubart aspira a que cuanto antes llegue este mundo mesiánico. Se alcanzará si Oriente y Occidente se dan la mano. Claro está que, como hijo del Oriente, piensa que el Oriente es el centro decisivo del futuro 18. Bien podemos los occidentales prescindir de este encuadramiento localista para ir a lo fundamental de la cuestión. Y ésta consiste en hallar los vínculos eficaces que puedan anudar estas dos almas, hasta ahora tan escindidas: la de Oriente y la de Occidente. Es en este momento crucial cuando a la mente de este filósofo de la historia asoma la figura de San Francisco de Asís. Entonces escribe: «S i la Domina sancta Paupertas de los Franciscanos puede ser hoy día sentida y vivida de todo corazón en algún punto de esta tierra, será entre los rusos» 19. Ya tenemos aquí puesto en tierra un firme pilar del puente entre las dos culturas. Unas páginas después se encara con el grandioso hecho histórico de la Iglesia Romana y le pide comprensión en estos términos: «Actualmente Roma es una esperanza para los cris­ tianos rusos. Es natural que precisamente los cristianos más afligidos de hoy anhelen con mayor vehemencia la protección de la fuerte Madre Iglesia. En sus manos está el atraer a los que están dispuestos a volver a casa; puede lograrlo con espíritu comprensivo. La Iglesia Romana es tan amplia que puede correr en su mismo seno el centro de gravedad hacia el Oriente sin perder su equilibrio. Entre los suyos figura tam­ bién Francisco. Es el más ruso de todos los occidentales. Repetidas veces fue comparado con Serafín de Sarov» 20. Estas palabras señalan otro firme pilar en el puente que puede unir el alma oriental con la occidental. Y ahora, ya preparados por esta perspectiva, nos atrevemos 18. Véase una síntesis muy clara en Dolores R iesco D íez , Las grandes culturas y su filosofía comparada, Lima 1954, 143-168. 19. O. c 92. 20. O. c., 178. En la p. 176, el traductor da una nota aclaratoria sobre el popularísimo santo ruso Serafín de Sarov (1759-1833). «Todavía es hoy para los rusos creyentes un modelo de vida y un consuelo en las caóticas circuns­ tancias eclesiásticas», dice el traductor A. Sancho.

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