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EL OCCIDENTE AL ENCUENTRO DEL ORIENTE. 403 mentalidad inquisitorial. Este es su gran pecado para Kazantzaki, quien le hace decir: «La dulzura de nada sirve. Hay que emplear la violencia, y si el cuerpo es un obstáculo para la liberación del alma, suprimá­ moslo. Yo, en España, encenderé hogueras y las almas subirán al Paraíso, abandonando en la tierra las cenizas de los cuerpos que las retenían prisioneras...». Pero le replica Francisco: «Sabe, hermano Do­ mingo, que los corderos y los leones, el amor y el odio, la luz y las tinieblas, como el bien y el mal, marchan juntos en el camino del Cielo. Sólo que lo ignoran. El odio lo ignora, desde luego; pero el amor lo sabe. Y ya que has de partir, hermano, te revelaré el secreto maravilloso: un día se encontrarán todos en la cumbre donde está Dios sentado con los brazos ab iertos...»33. Dos mentalidades y dos mundos se enfrentan aquí. Francisco, miem­ bro de la comunidad occidental, comprende los anhelos del hombre de Oriente por la vía pacífica del amor, mejor que otros espíritus selectos por los secos caminos del razonamiento. En vida entabló un diálogo de esperanza con el Sultán de Egipto. Todavía aquel diálogo inicial tiene hoy una proyección esperanzada. Elias de Cortona es el tercer representante del poder espiritual de Occidente en la evocación de Kazantzaki. Lo define con una frase de sarcasmo indeleble: «temible tiburón» 34. Con imagen más afortunada, dentro de su exageración, afirma que quiso trocar la orden fundada por San Francisco, simbolizada en la alondra mañanera, en una orden de águilas lanzándose sobre su presa35. Con estos planes en la mente se enfrenta con Francisco delante de los hermanos para decir a éstos: « ¡El amor no basta, no lo escuchéis! Nuestra orden debe ser una orden guerrera, y los hermanos deben ser combatientes intrépidos, que lleven con una mano la cruz y con la otra un hacha. El Evangelio dice que todo árbol que no produzca buen fruto debe ser cortado y arro­ jado al fuego. Para vencer a los poderosos de la tierra tenemos que ha­ cernos más fuertes en lugar de buscar la pobreza perfecta...»36. La tensión crece y culmina cuando Francisco arguye al hermano Elias por haber expulsado la Pobreza. Pero éste le replica: «Hermano Francisco, los tiempos han cambiado y con ellos, el corazón del hom­ bre. Y con el corazón del hombre, las virtudes. Pero quédate tranquilo, 33. O. c., 137-138. 34. O. c., 105. 35. O. c., 180. 36. O. c., 149.

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