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402 E. RIVERA tianos, escribe Kazantzaki, «maravillados por la belleza y la riqueza de Constantinopla, olvidaron que habían partido para liberar el San­ to Sepulcro y se pusieron a degollar, a quemar, a saquear»31. Es éste un triste suceso para dejarlo enterrado bajo la palabra cris­ tiana del perdón. Pero todavía no se ha llegado a ello. Kazantzaki la recuerda por dos veces en esta obra, aunque parece no hallarse resen­ tido. Pero su simple recuerdo es siempre un reproche duro a la Iglesia de Roma. Más explícito es contra el supuesto abuso de poder en la Iglesia Occidental, que encarna en los tres nombres mentados. La silueta de Inocencio III es trágicamente dura en la visión de Kazantzaki. Después de relatar sus gestos ásperos frente a la mansedumbre de Francisco, Kazantzaki lo muestra airado al caer en la cuenta de que tiene ante sí al monje harapiento que vio en sueños, sosteniendo la Iglesia de Letrán. Con pena acotamos el comentario que hace del presunto rechazo de Inocencio a Francisco. Lo hacemos porque hace tomar conciencia al cristiano occidental de las ocultas raíces de donde dimana la mal­ querencia de nuestros hermanos orientales en la fe. «Es una vergüenza, hace decir Kazantzaki a Inocencio, que el Papa ya no basta. ¿Pero no soy el guardián de las llaves del cielo y de la tierra? Señor, ¿por qué eres tan injusto conmigo? ¿No terminé con los cátaros...? ¿No extermi­ né la ciudad de Constantino...? ¿No hago todo lo posible para que la cristiandad se levante y libere el Santo Sepulcro? Entonces, ¿por qué no me has llamado a mí en vez de enviar a un monje andrajoso y repulsivo para sostener las paredes agrietadas de la Ig le sia ?»32. El reproche de Oriente a Occidente se halla aquí sintetizado. Y también se advierte cómo surge la figura de San Francisco para sellar un posible pacto de unión. Es el p ob re de A sís, el santo de la paz y del amor, el que ha rehusado los duros caminos del poder, quien puede acercar almas tan cerca de Jesús y tan distanciadas entre sí. Escándalo secular de la vida de la Iglesia cuando el mismo Jesús pidió a los suyos que fueran todos ellos «un o». El contraste hiriente del diálogo entre Domingo y Francisco, tal como lo reproduce Kanzantzaki, adquiere trasparencia a la luz de la Leyenda del Gran Inquisidor, momento cumbre de la literatura oriental en su crítica de la Iglesia de Roma. Domingo de Guzmán encarna la 31. El pobre de Asís, 205. 32. O. c., 130-131.

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