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IN MEMORIAM 329 No limitó su actividad de profesor a la cátedra. También en sus múltiples conferencias en diversos centros, en su intervención en reuniones de profeso­ res y semanas de estudio y hasta en su frecuente predicación popular hacía sentir al instante que un esquema mental, claro y preciso, dirigía su alocución. Siempre y por doquier llevaba con el mensaje de la idea la claridad que ésta pide para ser rectamente entendida e interpretada. Como escritor la figura del P. Gabriel tiene dos facetas distintas: la de pen­ sador y la de poeta. Dotado de una notable sensibilidad artística para la poe­ sía, lamentablemente no cultivó en serio esta notable posibilidad. Y lo que es peor, apenas se conserva nada de sus mejores producciones. Fruto de ocasión, con ella desaparecía el delicado poema en el que había vertido su alma sen­ sible y fina, más de lo que su frialdad de pensador pudiera en ocasiones dar a entender. La faceta de pensador es más destacada por el volumen de su producción y el valioso contenido de ésta. Sus veinte trabajos en esta revista, Naturaleza y Gracia, varios en Estudios Franciscanos y Salmanticensis dan más de una trein­ tena de reflexiones filosóficas, que, agrupadas, pudieran formar un par de grue­ sos volúmenes. Esto sin contar sus aportaciones a revistas populares, como El Mensajero Seráfico y a la prensa diaria en Salamanca y en Gijón. Bien merece­ ría la pena de que se coleccionara esta serie de estudios junto con sus ilumi­ nadas recensiones de libros, por cierto muy numerosas. Este legado, además de su valor en sí, refleja la vida cultural del estamento religioso por los años del Vaticano II. Sobre su pensamiento más hondo bien podría repetir aquí lo que escribí a propósito de otro pensador hispano con el que tenía indudable afinidad, A. Muñoz Alonso: "Pensador g e r m i n a l A voleo sembró en su ambiente pensa­ mientos lúcidos que iluminaban perspectivas. Su mente, que nunca pecó de me­ tódica ni de sistemática, estaba abierta a toda la problemática humana. Por ello era capaz de formular, hasta en sus minúsculos escritos, juicios sintéticos que hubieran podido ser el resumen de un libro, si se hubiera puesto a es­ cribirlo. Tomo un ejemplo del juicio formulado en El Mensajero Seráfico, a propósito de la poesía de E. Marquina, sobre la interpretación de la visión franciscana de la vida. Dice así: «Ya (con Marquina) sabemos la interpretación auténtica del mundo hecha por San Francisco. Ni un naturalismo pagano sen­ sual o utilitario, ni un sobrenaturalismo abstracto y frío. Una vez más lo so­ brenatural se apoya en lo natural y la gracia de Dios en la naturaleza del hom­ bre, aunque resulta también que ésta es también otra gracia de Dios. Un poeta que carece de santidad o, por lo menos, de visión católica, quedará irremedia­ blemente aprisionado en la belleza terrena; un santo sin intuición poética, sin auténtica y humana sensibilidad, desconocerá el rasgo concreto, fino, casi im­ perceptible, por el que cada ser nos testifica de la huella hermosa del Creador. San Francisco era santo y poeta: se sobrecoge ante la hermana agua... y le-

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