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306 IGNACIO HERNAIZ La segunda ley científica y dialéctica, la del Cristo cósmico, es una visión poética del tiempo y de la fe. Jesús o punto Omega, como principio de la historia (mejor dicho, protohistoria, lo que hubo antes de El es prehistoria). Cristo como final de la cultura humana, como meta del proceso del desarrollo sensible, como culminación del alma colectiva de la humanidad, el espíritu nacional de G. W. F. Hegel, el espíritu universal de S. Agustín y, entre ellos, de Herder, de S. Buenaventura y de Montesquieu. Esta fe, que puede pare­ cer panteísmo por su racionalilad, no es más que una negación de la fe del carbonero, que decía M. de Unamuno. El jesuita francés que es objeto de nuestro estudio, es ortodoxo católicamente; pero sus opiniones científico-religio­ sas le hicieron parecer heterodoxo. Sólo tras el Concilio Vaticano II, fue reha­ bilitado. Dios premiaba a quien, humildemente, renunció a una cátedra en La Sorbona, en la Universidad de París, una de las mejores de la tierra y a la publicación de sus libros (que en su vida sólo circularon a multicopista, entre amigos íntimos), por seguir siendo fiel a la Iglesia católica y a la Compañía de Jesús. Aquí se cumple aquello de que Dios escribe recto con renglones tor­ cidos. Así pues, el infinito del espacio, la geosfera y la cosmogénesis tienen su ley dialéctica y científica en la formulación de la entropía descendente. La eternidad, la biosfera y la biogénesis se correponden con la ley evolutiva del desarrollo del punto Omega al Cristo cósmico. La complejidad de la conciencia, la noosfera y la cerebrogénesis son enmarcadas en la tercera ley formulada por Teilhard. De tal manera que, la entropía descendente, es la mera evolución natural; el paso del animal al punto Omega y, por último, desde el Jesús his­ tórico al Cristo cósmico, la ontogénesis. La evolución de la forma es la materia, es decir, del espacio infinito de la geosfera, del cuerpo, del soma, de la entropía descendente y de la cosmogé­ nesis. El proceso del desarrollo dialéctico del fondo es la eternidad temporal de la biosfera y de la biogénesis, de la siquis y de la antropogénesis. La com­ plejidad de la conciencia es el fenómeno espiritual, el infinito del alma, de la noosfera, dela cerebrogénesis, de la inteligencia, de la mente, del neuma y de la ontogénesis. Así las cosas, surge el enfrentamiento entre la ciencia y la religión, la ra­ zón y la fe, la civilización griega y la hebrea, de ambas hereditaria nuestra cultura occidental. J. Uscatescu en su libro Erasmo, antecesor de Chardin se­ gún él, explica magníficamente la síntesis de Atenas y Jerusalén. La religión nos da una moral necesaria, la ciencia no admite explicaciones supersticiosas, la síntesis de una tesis ética simbolista y litúrgica ritual, y de una antítesis con una metodología aséptica deontológicamente, es decir entre la ciencia de un mecanicismo materialista y la religiónde un idealismo subjetivo, la sín­ tesis de la ética científica de un idealismo objetivo.

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