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SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA 297 rica del gran Papa Inocencio: «Quizá la acción más potente, escribe R. Schneider, la más penetrante en el lejano futuro que realizó Ino cencio, fue el haber comprendido y haber bendecido a Francisco y a sus compañeros». Y en otro pasaje: «L a pobreza de San Francisco fue la más alta gracia del Pontificado de Inocencio»44. De todo ello, concluimos por nuestra parte: Feliz hora en la que el poder de Inocencio y la gracia de Francisco se abrazaron. Ya los muros de Letrán, que el Papa veía desplomarse pese a su esfuerzo sobre humano, serán perennemente apuntalados por el pobrecito de Dios, Francisco. Aquí pudiéramos cerrar nuestra reflexión sobre San francisco ante la historia. El tema nos parece ahora tan transparente que podría refle jarse en la mente del que haya seguido estas reflexiones. Pero esa asociación que dulce y tenazmente acompaña al lector asiduo de la historia nos incita a que evoquemos en este final a dos historiadores que han reflexionado de modo diametralmente opuesto ante el influjo de la santidad en la historia. Aludimos al historiador inglés de la época de la Ilustración, E. Gibbon, y al romántico francés, F. Ozanam. Agus tín Gemelli, después de mentar la impía y sardónica elegancia volteriana contra todo lo franciscano, donde sólo la malicia supera la ignorancia, afirma con grave sentencia de historiador: «E l siglo x vm es el que menos ha comprendido y menos ha amado a San Francisco» 45. Corto y suave es el juicio del P. Gemelli contra el siglo ilustrado ante este texto de E. Gibbon que nos da acotado su connacional Chr. Dawson: «L a plaga, escribe Gibbon, de frailes mendicantes — franciscanos, domi nicos, agustinos, carmelitas, que asolan este siglo con hábitos e institu ciones, ridículos por diversas razones— es un oprobio para la religión, la ciencia y el sentido común» 46. Basta este juicio para penetrar en el alma de este historiador, celebérrimo por su History of the Decline and Fall of the Román Empire, cuya tesis sobre el influjo nefasto del cris tianismo en el declive del Imperio Romano halló inmenso eco en los espíritus volterianos de la época. Medio siglo más tarde el romanticis mo de J. Goerres reacciona contra la blasfemia ilustrada en su opúsculo de resonancia histórica, Der heilige Franziskus, ein Troubadour. Con 44. O. c., 38-39. 45. El Franciscanismo, Barcelona 1940, 260. 46. Dinámica de la Historia universal, Madrid 1961, 258.
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