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296 ENRIQUE RIVERA tumultuosamente a lo largo de los siglos. Este es el gran tema. Llega a su culmen cuando Inocencio en su lecho de muerte permite que Francisco se le acerque y le cubra con el manto de la pobreza. Ante la pobreza que lo envuelve y a vistas de las llagas de Francisco, las palabras que a éste dirige el gran Papa tienen dimensiones de historia universal. Escritas una vez, las volvemos a repetir. Tan importantes las juzgamos desde una visión cristiana de la historia: «Tú eres el reino. Tú sólo». Comentario y amplificación del contenido de este drama son otras páginas de este escritor en las que mantiene, sin tanto patetismo, la misma tesis. En un pequeño esbozo de la vida de San Francisco escribe: «Inocencio es muy posible que luchara íntimamente entre la pobreza y el poder. ¿No había escrito en su juventud un libro acerca del desprecio del mundo? Pero creyó su deber dirigir a los pueblos y a los reyes desde un trono. Planea un nuevo orden desde su alto cargo. Sin embargo, la fundación del pobre de Asís, cuyo único poder pro­ cedía de su entrega total a su Señor, llegaría a ejercer un influjo mucho mayor en la historia que los sabios planes ideados por el Papa. El misterio del reino de Dios consiste en que solamente las voces que proceden de la verdad se dejan oír en el mundo y le mueven» 42. En su tensa perspectiva histórica este texto nos dice que R. Schnei- der percibía la resonancia histórica del mensaje de Francisco. Y al tomar conciencia de lo lejos que nos hallamos en nuestros días de planear cruzadas, de emprender luchas contra herejes y, por el contrario, cuán cerca está de nosotros el mensaje franciscano de paz y bien, dramatiza R. Schneider los fracasos del poder, aunque sea el de un Papa como Inocencio, y los éxitos de la gracia en un mensaje que es hoy tan actual como el día que salió de los labios del Santo de Asís. Con sensi­ bilidad hacia nuestro momento histórico titula uno de sus libros, La hora de San Francisco43. Este título nos indica que estamos en el mejor momento para vivir lo franciscano. Con él se proclama la peren­ nidad de una fuerza que no ha tenido más apoyo y sostén que la gracia. En este clima de entusiasmo por el Pobrecillo de Dios, Francisco, hay que enmarcar el juicio definitivo que nos da sobre la obra histó- 42. Weltreicb und Gottesreich, München 1946, 137. 43. Die Stunde des heiligen Franz von Assisi, Heidelberg 1946. Adviértase el título de la traducción francesa, muy en línea con este estudio: Le saint, maítre de l’histoire, París 1958.

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