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SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA 295 pudiera sintetizarse en las breves palabras que hemos ya subrayado. Las dirige a Francisco en el momento de expirar el mayor Pontífice en la historia del poder papal: «Du bist das Reich. Du allein : Tú eres el reino. Tú só lo ». Al terminar este resumen ideológico del drama de R. Schneider, Innozenz und Franziskus, advertimos una vez más que el intenso suce- derse de las escenas ponen en evidencia las dos fuerzas máximas de la historia: el p od er y la gracia. El dramaturgo no sólo ha querido hacer ver que Francisco es una gran fuerza histórica, como ya anotamos con el filósofo de la historia, A. Toynbee, sino que nos ha hecho asistir al modo de su acción, como fuerza espiritual. Este modo de actuar no es otro que el de la gracia. La teología habla de «gracia eficaz». Pero casi siempre se ha visto a ésta en lucha con los impulsos siniestros en el fondo del abismo humano del hombre concreto. Saulo de Tarso sintió cómo triunfaba la gracia en él. En nuestros días M. de Unamuno sufrió el tremendo des­ garro de la lucha, pero sin llegar a conocer las dulces alegrías de la alborada del triunfo de la gracia. R. Schneider percibe cómo la gracia triunfa en Francisco. Penetra en su interior y ve cómo su alma y su cuerpo son henchidos por la gracia que en el monte santo franciscano irradia santidad. Pero nos hace asistir igualmente a la irradiación de la santidad de Francisco en el mundo histórico que le rodea. Un primer momento estelar de esta irradiación es la culminación de la bondad ingenua de Isabel de Turingia en el heroísmo de la santa que con sus niños sale a pedir limosna por amor a la pobreza franciscana y se retira al hospital de incurables para atender a los infelices leprosos con amor más que materno. Como la vio el delicado pincel de Murillo en el conocido cuadro para la Casa de la Caridad de Sevilla, incontables veces repro­ ducido. Para testimonio eterno del omnipotente poder de la gracia. El otro momento estelar del triunfo de la gracia que irradia Fran- cismo es la acción sobre Inocencio III. Nos permitimos advertir al docto historiógrafo que es improcedente aquí el poner en evidencia los numerosos anacronismos del drama, al presentarnos como sincrónicos sucesos que históricamente tuvieron lugar diez o veinte años más tarde. Lo que intenta R. Schneider es mostrarnos en un reducido espacio de tiempo el dramatismo de las fuerzas históricas que actúan serena o

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