PS_NyG_1981v028n002p0269_02990410

SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA 289 en su lecho para entablar con él un diálogo en el que confiesa ser el más pobre de los pobres. A la observación de Inocencio de si es un enviado que tiene algún poder, Francisco le replica que no tiene más poder que la pobreza. En este diálogo elemental, diálogo entre som­ bras, los dos inmortales personajes nos revelan el tema de su peculiar preocupación. Inocencio, al ver a la Iglesia de Letrán que amenaza desplomarse, pide un poder, una máquina que la contenga y evite la ruina. En visión nocturna le llega el refuerzo. Pero este refuerzo es la debilidad de la pobreza, encarnada en el pobre de Asís. Ambos, Inocencio y Francisco, se ponen a su respectiva faena: el uno, por el camino grande del poder al servicio de Dios; el otro, por los caminos humildes de la pobreza para el mismo servicio. Inocencio da principio a la suya increpando duramente a un hereje. A continuación da órdenes a Pedro de Castelnau, a quien envía como legado a Provenza para que combata en todo el sur de Francia a los cataros y albigenses. El legado le muestra que tiene la preocupación de que va a morir. A lo que Inocencio le replica con estas palabras en las que revela toda la conciencia que tiene de su dignidad y de su misión: «Soy más que un hombre y menos que un Dios. El martirio es un don de Dios y un misterio que él sólo se ha reservado». Con el cardenal de Hostia, Hugo — el Hugolino de la historiogra­ fía franciscana— discute los graves asuntos de la política. Eran años difíciles y turbulentos. El imperio sufre una de sus peores crisis. A la muerte de Enrique VI se enciende en Alemania la guerra civil entre Otón de Brunswich y Felipe de Suabia, aspirantes a la corona imperial. Otro tercer candidato en causa es el niño Federico, hijo de Enrique VI. Todo esto lo dramatizan las escenas centrales de este primer acto, que son un hervir de fiebre de mando y de pasión, de luchas por la fe y de terquedad herética. Se entrecruzan y chocan los intereses divinos y las ambiciones humanas. El legado papal es asesinado en Francia y la guerra contra los cátaros llega a su paroxismo. En Alemania, Felipe de Suabia muere en riña con un caballero. Al saber esta muerte, Ino­ cencio se desahoga con el Señor, diciéndole: «Donde está tu voluntad, allí debe estar el poder. Si está escrito que los santos poseerán la tierra, da, Señor, el poder a aquellos que prepararán el camino de tus santos». Ante la evocación de los «santos» por Inocencio, entra de nuevo en escena el pobre de Asís, no ya en apariencia, como la primera vez, sino en carne viva, para decir al Papa: «Tu bendición, Santo Padre. Nosotros queremos ser los mínimos en el camino de la verdad». A lo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz