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288 ENRIQUE RIVERA que suscita la obra de R. Schneider sobre Felipe II. Las hemos for­ mulado porque su escueto enunciado es la mejor preparación a su interpretación de San Francisco como fuerza histórica. Si ha habido un ser humano que sistemáticamente haya rehuido la eficacia del poder para fiarlo todo de la gracia ha sido Francisco de Asís. Pero frente a esta actitud, exquisitamente divina, está la del gran Papa Inocencio I I I , extremadamente humana. Quizá nunca la historia de la Iglesia ha puesto frente a frente a dos hombres con procedimien­ tos más dispares para alcanzar una meta común: el reino de Dios en la tierra. Para alcanzar dicha meta, Inocencio I I I , puesto en la cumbre del poder del Papado, se sirve de todos los medios que están a su alcance en aquella circunstancia histórica. Hasta las fuerzas a ras de tierra de la diplomacia y de las armas las pone al servicio de la gran causa del reino de Dios. Francisco de Asís, por el contrario, se vale tan sólo de su pobreza y de su bondad. A la postre, ¿quién triunfó? Este asunto, en toda su intensa fuerza dramática ha sido llevado al teatro por R. Schneider en su obra Innozenz und Franziskus. Vamos a hacer una exposición detenida de la misma, pues puede ayudarnos a descorrer el velo misterioso de la historia en lo que ésta tiene de más hondo y decisivo: la tensión y pugna entre las fuerzas espirituales y terrenas. En cinco actos se desarrolla este drama. En ellos se dan cita los grandes hombres de las tres primeras décadas del siglo xm . En figura o en símbolo éstos encarnan las grandes fuerzas de la historia en aquel momento de máxima tensión. Cómo actúan y chocan, se desva­ necen y perpetúan, constituye el nudo de este grandioso drama. En el primer acto se hace una especie de presentación de los per­ sonajes — dramatis personae — . El primero que hace su entrada en esce­ na es Inocencio I I I . Con frases tomadas de la entraña de la filosofía de la historia traza su médico la silueta de este Papa, cuando constata que ni siquiera en las horas del descanso nocturno halla reposo. Tiene siem­ pre fiebre. El día penetra en su sueño y el sueño en su día. Se debe ello a que todo lo que pasa en el mundo lo vive su alma. También el pasado y el futuro. No vive como todos los demás. En él sólo se embalsa todo un siglo. En sus momentos de delirio el mismo Inocencio revela sus preocupaciones sobre la historia universal con estas frases: «Esto se incurva, se rompe. ¿No hay nadie que lo pueda sostener?». En este instante entra en escena el otro gran actor del drama, Francisco de Asís. Como una sombra se acerca al Papa que maldescansa

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