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280 ENRIQUE RIVERA cada día con mayor insistencia. Toynbee abordó el tema con máxima seriedad en su ponencia de Salzburgo. En ella, después de constatar que la religión ha acompañado a la humanidad en su caminar a lo largo de los milenios de su historia, escribe esta sentencia apocalíptica, estilo bíblico: «Si la humanidad ha de sobrevivir en esta histórica crisis, la religión tendrá que jugar un papel aún más importante — «eine sogar noch grössere Rolle»— que en el pasado»25. El vacío religioso le parece un imposible. De tal suerte que la merma religiosa actual está ocasionando el pulular de lamentables sustitutos, como el sexo, la cruel­ dad o el afán de destrucción. Con cierto humor, muy a la inglesa, re­ cuerda el caso evangélico del demonio que salió del poseso para volver con otros siete peores. Siete demonios volverán por otra puerta el día en que la religión haya sido expulsada por la principal. Según G. Kranz los cuatro historiadores de la cultura, católicos in­ gleses, H. Belloc, Chesterton, C. S. Lewis y Ch. Dawson, condividen la opinión de que la religión cristiana ha sido la fuerza creadora más potente en nuestra civilización europea y que de nuevo volverá a serlo25*. A. Toynbee, desde una mentalidad menos ligada a un credo religioso determinado, pero inserta totalmente en la historia, comparte igualmente esta opinión. Late en nosotros, afirma, una esperanza que ciertamente no es certeza. Esta esperanza nos asegura que al final triun­ farán las fuerzas religiosas del amor contra el mayor de los peligros que amenaza el porvenir. ¿Cuál es éste? Al llegar aquí en su reflexión vuelve Toynbee a empalmar con H. Bergson sin citarlo. En efecto; el gran pensador francés nos hace asistir en el último capítulo de su obra citada, Les deux sources... al encuen­ tro de dos fuerzas históricas que han nacido para abrazarse y que, sin embargo, han trabado una lucha a muerte en el último siglo. Son éstas la mística y la mecánica. Por su destino primero ha debido servir la mecánica para liberar al hombre del agobio de procurarse el pan de cada día. Tiene que invertir en ello la casi totalidad de ese tiempo que le es tan necesario para dedicarse a la vida del espíritu. Durante mile­ nios el hombre ha sentido este agobio. Recordemos que la cumbre de la cultura humana, el siglo quinto, a. C., de Grecia, gravitaba material­ mente sobre las espaldas de los infelices esclavos que aseguraban el sobrio sustento de aquellos proceres de la vida del espíritu. El sentido 25. Die Zukunft der religión, fol. 28. 2 5 * G. K ranz , Europas chriliche Literatur, Achaffenburg 1961, 432.

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