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SAN FRANCISCO ANTE LA HISTORIA 279 raíz del influjo histórico de la santidad, pues en este momento es cuando el santo rompe todo vínculo instintivo hasta llegar a esa ple­ nitud sincera del amor en la que declara que todos los hombres son hermanos. Ante la objeción corriente, estilo marxista, de que tales misticismos son ensoñaciones ante los golpes duros de la historia, Bergson responde con esta sentencia que debiera hacer meditar a todo objetante, si ya no a rendirle ante uno de los máximos misterios de la historia: «El misticismo no dice nada a aquél que no ha probado algo del mismo» 23. Bergson, más filósofo que Toynbee, le desborda. Pero al mismo tiempo potencia la gran visión histórica que éste propone de la santi­ dad. En este campo de la santidad San Francisco ocupa un puesto de sigular relieve en el pensamiento del gran historiador. En la reflexión anterior acompañábamos a Toynbee en su visión de la historia del pasado. Vimos que el gozne de la historia era la religión. Y que dentro de la religión son los santos quienes mejor la encarnan. Entre ellos el gran filósofo de la historia ha mostrado una preferencia destacada por San Francisco. Sería un pecado histórico que el franciscano, seguidor de San Francisco, viera en ello un motivo de va­ nidad colectiva, cuando es un exigente apremio a la responsabilidad. Este apremio adquiere mayores grados de exigencia en la nueva refle­ xión que vamos a hacer cara al futuro. En septiembre de 1970 tuve la oportunidad de asistir a un Con­ greso Internacional en la ciudad austríaca de Salzburgo. El tema me era sumamente sugestivo: El porvenir de la religión. En él se dieron cita los grandes pensadores sobre el tema: Karl Lówith, Harvey Cox, Ernst Bloch, etc... También fue invitado A. Toynbee. Anciano y enfer­ mo, no pudo tomar parte. Pero envió su ponencia que nos fue entregada en folios sueltos. Sobre estos folios hago mi nueva reflexión en compa­ ñía del filósofo de la historia. El título de su ponencia se centraba en el del Congreso: El futuro de la religión 24. Para muchos el futuro de la religión se torna hoy en tema inquie­ tante. ¿No vemos que el hombre de nuestros días camina hacia un des­ creimiento masivo y total? Una respuesta afirmativa parece imponerse 23. O. c., 1177. 24. Lamento no haber podido hasta la fecha tener a mano las Actas del Congreso. Los folios de su ponencia que conservo en mi pequeño archivo dan garantía suficiente a mis afirmaciones.

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