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264 GERMAN ZAMORA Reconociendo la dificultad de reglamentarla, indica, sin embargo, su necesidad y recomienda, como norma fundamental, la de aplicarse a la lectura de buenos libros según la respectiva profesión, formando acerca de ésta una biblioteca particular completa y moderna. Entre las obras indefectibles en esa biblioteca de propia especialización .indica, aparte de un buen diccionario, «los Autores magistrales y príncipes, una colección de los antiguos, para tener noticia de las fuentes; el com pendio moderno más selecto y completo de la misma Facultad, su curso entero, un epítome de las materias y los Autores modernos más cele brados». De esto depende el que se mantenga útil, progresivo y al día lo aprendido una vez en la universidad y el llegar a poseer con alguna perfección y extensión cada ciencia. Como puede apreciarse, el Discurso crítico-político, con óptica muy actual, pretendía planificar la instrucción de los españoles casi desde la cuna al sepulcro, desde el primer contacto con las «luces» o letras, hacia los cuatro años de edad, hasta su prolongación de por vida, excepto para las clases sociales «inferiores», dedicadas a la agricultura, artes y oficios, a cuyos cultivadores la Ilustración, como es sabido, con sideraba ciudadanos de carrera breve, aunque no excluyera, por supues to, su constante puesta al día. Si el calificativo de «crítico» que se da a sí mismo este Discurso, incide especialmente sobre lo medieval, escolástico y metafísico de la cultura nacional, aplicándolo un discernimiento de desfavor, como a rémora de la instrucción pública, el de «político» afecta, en primer lugar, al significado etimológico de la palabra, o cuidado de la «polis» por el Estado y para el Estado. Los intereses de éste más bien que los del individuo ciudadano son los que priman. El autor (o autores) del Discurso no lo oculta, ni siquiera cuando extiende su brazo protector sobre «la Religión». Por esto se dice expresamente que cuanto se eje cute deberá conformarse «en todo con la constitución del Estado». De ahí el que los profesores hayan de poner «especial cuidado» en inspirar a los alumnos «el respeto y veneración que deben tener a... la Reli gión, al Soberano, sus leyes y magistrados, el amor al Estado y las má ximas de una buena moral y cortesanía». Ni conviene olvidar que la presencia ubicua de la moral y su ense ñanza en todas las etapas del plan obedecía, en parte, a una razón de Estado. Víctimas de esa ideología estatalista, los jóvenes aparentemente ineptos «para servir al bien público» en el futuro, no podrían continuar
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