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LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS FILOSOFICOS. 245 ideas sobre lo que se pretendía y, en particular, sobre el modo de rea­ lizarlo. De esta táctica nacería una invitación, casi secreta, a ciertas perso­ nalidades «ilustradas» para que elaboraran ensayos de planes de estu­ dios reformados. Hablamos deliberadamente de ensayos y tanteos, porque el obje­ tivo, si definido en cuanto al «qué» — la renovación de las universidades y demás estudios generales— resultaba vago respecto del «cómo» y «hasta dónde». Así, la reforma surgía precariamente bajo el signo de la inseguridad, plasmado pronto en un «por ahora» inacabable, como se ve, en tantas disposiciones del Consejo35. A esa deficiencia original obedece principalmente el que nunca cono­ cieran su puesta en práctica tres de aquellos planes, elaborados bastante a conciencia por sus autores, y que a lo sumo se utilizaran algunos pun­ tos concretos de los mismos para completar, corregir o mejorar los que propondrían las universidades en respuesta a las órdenes del gobierno. Nos referimos a los proyectos de G. Mayáns (1767), A. Tavira (1767) y al Discurso crítico-político, anónimo36. En cuanto a quién debía ser el responsable último de la reforma, se estaba de acuerdo en que no podía ser otro que el monarca, pese al rancio cuño ecle­ siástico de las universidades. Esto, tanto por la magnitud de la empresa 35. Que el ambicionado «Plan de reforma general de las Universidades y Estudios del Reino» no surgiría acabado y perfecto de un golpe, y que así lo palpaban sus ideadores, lo patentizan estas palabras del Discurso crítico-político del que nos ocuparemos después: «Atendiendo a la necesidad en que se halla la Nación de esta reforma y arreglo, y a que muchas veces se suelen dilatar y malograr los mejores deseos y establecimientos por dejarlos al tiempo, por las novedades y acontecimientos que ocurren en las grandes Monarquías, se señalará a la Junta cierto término para que dentro de él precisamente pro­ ponga el plan de reforma y enseñanza, dejando a beneficio del tiempo mismo, y a la experiencia el reformarle y mejorarle en alguna parte, hasta que se con­ siga un plan y método de enseñanza perfecto y definitivo» (ACC, 34/6). 36. Mencionemos, por hallarse encuadradas dentro de este trienio, las inicia­ tivas de los médicos salmantinos que en 1766 pusieron la espoleta de las reformas desde la de su propia facultad y entraron inmediatamente en buena inteligencia con el Consejo, y las del grupo de eclécticos sevillanos que, de mano de Olavide, serían los primeros en hacerla explosionar públicamente (1769). Entre tales iniciativas y los planes «encargados» por Madrid, de que ahora tratamos, media la diferencia de una visión más o menos parcial y doméstica del problema y su apreciación global. Aquéllos lo enfocaban desde su peculiar situación universitaria; éstos buscarán el remontarse por encima de los «refor­ mes» particulares para proponer una solución de validez generalizada.

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