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LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS FILOSOFICOS. 241 De ese conocimiento de la moral y el derecho, fundados en la razón natural y por ello puramente naturales, el alumno será guiado al de la «ética cristiana», que los perfeccionó, sancionando, «por decirlo así, todos sus dictámenes». Tal es el camino para librar a la juventud de los «errores y extra­ víos de la razón libre y desarreglada». Como se ve, la tan alabada libertad de filosofar, de veinte años atrás, no le parecía al Jovellanos de 1790 tan innocua e inocente como al Campomanes de 1770 30. Si la filosofía aparece en el Reglamento tratada sólo de refilón, exceptuada la pervasiva ética, no así los múltiples elementos del re­ pertorio pedagógico reformista referibles a ella y a otras disciplinas. Tales elementos entran de lleno en él. Nos limitaremos a siluetar los principales. 1) El ideal docente-discente de la Ilustración, en fórmula lapidaria de Jovellanos, consiste en que profesores y alumnos se procuren «la mayor suma de luces y conocimientos que les sea posible». 2) Capitalidad de las fuentes: E l Reglamento les rinde una vene­ ración paralela a la aversión que transpira contra lo que considera sus indignos sustitutivos históricos, cifrados en el escolasticismo. Los regen- deducta, 5 vols (Lipsiae 1742-44), mereció réplica del jesuíta B. Pou, Institutio- nes historiae philosophiae libri X II (Calatayud 1763). Brucker, pastor protestante, ecléctico, antiescolástico, es fuente principal de muchos tópicos sobre el carácter español entre los ilustrados. Cf. J. I riarte , La filosofía española bajo el chiste volteriano, en Razón y Fe 45 (1945) 57-71. El compendiador de Brucker, J. L. S. F ormey (1711-97), profesor de filosofía en Berlín y colaborador de la Ency- clopédie, publicó un Abrégé de Vhistoire de la philosophie (1760), al que cree­ mos se refiere Jovellanos. 30. «Esta luz natural fue perfeccionada por la religión, que sancionó, por decirlo así, todos sus dictámenes... Por ello cuidará el Regente de ilustrar los principios del derecho natural y público por medio de la Etica cristiana, alejándolos así de los errores y extravíos en que la razón libre y desarreglada pueda inducirlos y precipitarlos» (Reglamento, ed. Caso, 173). Un decenio más tarde, desde el castillo-prisión de Bellver, insistirá con mayor dramatismo en la necesidad de recurrir a la moral como a muro de contención frente al alud revolucionario: «Por otra parte, la licencia de filosofar, que tanto cunde en nuestros días, llama poderosamente la atención de los gobiernos hacia este estudio. El sólo puede hacer frente a tantos y tan funestos errores como han difundido por todas partes estas sectas corruptoras, que ya por medio de escri­ tos, por medio de manejos, intrigas y seducciones, se ocupan continuamente en sostenerlos y propagarlos. Estos errores... amenazan igualmente al trono que al altar» (Tratado teórico-práctico de enseñanza, BAE t. 46, 250b).

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