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FE Y PROMOCION DE LA JUST IC IA 151 social, sino por el de la caridad. Cuando Juan el Bautista le envía desde la cárcel una legación preguntándole si era él el que había de venir o esperaban a otro, Cristo responde con un programa de su apostolado, que debía servir a Juan como signo inconfundible de su identidad: «los pobres son evangelizados» y los enfermos curados. Y cuando los apóstoles (que habían asimilado el espíritu de Cristo) den el espaldarazo a Pablo —el apóstol advenedizo— , que se disponía a predicar el Evangelio a los gentiles, Pedro, Santiago y Juan sólo le darán una recomendación: que se acuerden de lo s pobres 27; pero no le transmiten recomendación alguna sobre la justicia humana. Es cierto que, cuando Jesucristo entra un día de sábado en la sinagoga de Cafarnaún, al principio de su vida pública, y aplicándose a sí mismo un texto de Isaías anunciando solemnemente su misión, dice: «El Es­ píritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a lo s oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» 28. Pero esas expresiones, que ciertamente tenían en Isaías —además de otro sentido— el de libera­ ción terrena respecto de los opresores del pueblo judío, no puede darles Jesús el mismo sentido en el pasaje aducido. Dejando la exégesis pro­ pia a los escrituristas, podemos afirmar el sentido que no puede tener. Ahora bien, no puede concebirse que Jesús, al principio de su aposto­ lado, proclamase en público con solemnidad un programa de liberación terrena, que después no sólo no realizase, sino que ni intentase rea­ lizarlo. Es claro que habla en ese pasaje Cristo en un sentido figurado, que no es el caso de precisarlo ahora. Como se ve, la conducta de Cristo en el tema de la justicia terrena, no parece, a primera vista, muy coherente con la actitud actual de la Iglesia en este mismo tema, y nos plantea una dificultad que conviene resolver. Notemos que lo único que se sigue de la conducta de Cristo es que su misión primordial es salvar las almas, no establecer una justicia terrena; por lo que prescindió de este factor que caía fuera de su misión. Como, por otro lado, el ambiente social de su época. no hacía problema ni de la esclavitud, ni de la injusticia social, y no exigía programa alguno terrenal al portador de la Buena Nueva, Cristo pudo prescindir de él y prescindió. Sin embargo, estamos per- 27. Gál 2, 10. 28. Le 4, 18-19 (subrayamos nosotros).

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