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146 ALEJANDRO ROLDAN V ILLER Es cierto que la injusticia en el mundo es cuestión ya antigua, de la que la Teología católica dio su explicación remota adecuada. La injusticia nace fontalmente del pecado, tanto personal como colectivo, y así lo ha declarado recientemente el Concilio Vaticano I I 2. Sin em­ bargo, para quedarse satisfecho con esta respuesta se requiere una formación teológica adecuada; y aun entonces no hay que olvidar que los mismos teólogos resuelven el «problema del mal» sin poderlo librar de toda oscuridad. Por eso, no puede extrañar que el pueblo cristiano de nuestros días, desposeído de ciencia y sentido teológico, no se sienta satisfecho con estas explicaciones, sobre todo tratándose de tales injus­ ticias. Hoy día tiene fuerza para muchos cristianos un interrogante que tiene su valor. ¿Si Dios es amor y caridad, cómo permite tamañas in­ justicias? He ahí por dónde quedan ligados de hecho fe y justicia terrena, que de suyo no guardan estricta relación. Sin embargo, el peli­ gro de exageración en el sentido opuesto es obvio, y hoy se oyen ex­ presiones que nos parecen inaceptables, como las que intentan establecer relación intrínseca entre fe y promoción de la justicia, y algunos hablan como si la Iglesia hubiese estado equivocada hasta el presente en este punto. La consideración de la conducta de Cristo puede dar luz en este tema. Comencemos diciendo que estamos conformes con la dirección actual de la Iglesia, que se ha orientado decididamente en su actividad apostólica dando una clara prioridad a la promoción de la justicia, poniéndose abiertamente del lado de los marginados de la sociedad y de los oprimidos bajo cualquier forma de opresión injusta (sobre todo en aquellas regiones del mundo, en que la injusticia es más manifiesta e intolerable). Lo que tal vez no es tan clara es la fundamentación de esta actitud. La conducta de Cristo — como veremos enseguida— ofre­ ce dificultad, y resulta desconcertante para nuestra mentalidad moder­ na; pero conviene tenerla presente en este tema, porque arroja luz abundante sobre él. Distingamos dos planos en la conducta de Jesucristo frente a la injusticia: a) el de la injusticia hecha contra su persona; b) y el de la injusticia hecha contra los demás. a) Por lo que se refiere a la injusticia hecha a su persona, Cristo fue fiel a la imagen que Isaías habían prefigurado de él: «No disputará, ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la 2. Gaudium et Spes 10, 13, 22, 37.

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