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124 ROMAN SANCHEZ CHAMOSO como la promoción obrera o de la mujer, a la independencia de los pueblos, a la tendencia a la socialización..., todos ellos fenómenos vistos hoy como condiciones objetivas que testimonian el progreso humano. Es decir, la Iglesia ha conocido notables variaciones en rela­ ción con los pasos de la humanidad en su camino de progreso 15. Quizá el incidente más típico y tópico en la historia haya sido el de Galileo y otros similares 16, ejemplos repetidamente esgrimidos con­ tra la Iglesia y ciertamente aleccionadores. Aquí vemos claramente el innecesario conflicto entre la Biblia y la ciencia. La Biblia no es un libro científico, ni un tratado de cosmología o de filosofía, por lo que no puede ofrecernos base para hacer afirmaciones en esas materias. La Biblia es un libro religioso, de contenido moral; no entra en la explicación científica del mundo, que debe buscarse por otros caminos. Si pasamos a los siglos xvm y xix, época de la revolución cientí­ fica e industrial y bajo el dominio de la Ilustración y de la ciencia, el planteamiento beligerante entre razón y fe adquiere el máximo auge. La Iglesia perdió el tren del avance científico y de la revolución socio- cultural; ciencia y fe discurrieron por caminos paralelos y con fre­ cuencia antagónicos. La Iglesia se recluye en su propio reducto y el progreso sigue su marcha de espaldas a la Iglesia. Todavía hoy estamos padeciendo en buena parte la imagen estereotipada de una Iglesia re­ fractaria al progreso que se fragua en esta época. Hasta muy entrado el siglo xx no se dan síntomas de cambio en su toma de postura. hoy II, Madrid 1970. 253-278; E. S chillebeeckx , La misión de la Iglesia, Sa­ lamanca 1971, 71-114. Para abundante bibliografía sobre el tema, cf. V an C as - ter , en Lumen vitae 21 (1966) 324-366; T. E squerda B ifet , en Burgense 10 (1969) 239-271; P. V aladier , en E tudes 8-9 (1971) 264-279; E. C a m b o n , L’Or- toprassi, Roma 1974, 17. 15. Cf. Ch. D uqu o c , L}Eglise et le progrès, Paris 1964, 14-16. 16. Galileo es condenado por la Inquisición romana en 1633; en 1822 se sacan sus obras del Indice. A comienzos del siglo tuvo lugar el Auto de fe de G. Bruno. Copérnico fue condenado en 1616 y se le levanta la sentencia en 1757. Descartes (en 1663, «doñee corrigatur») y Pascal son también incluidos en el Indice. Recordemos además que Tomás de Aquino fue retirado de la cá­ tedra de París por su propia Orden y condenado por las autoridades de la Igle­ sia en París y Oxford. Lo innecesario de dichos conflictos lo vieron ya los hombres de la época. Escribe Pascal: «El claro conocimiento de la diferencia (entre ciencia natural y teología) nos hace deplorar la obcecación de los que en la física aducen como única prueba la autoridad en lugar de la argumenta­ ción de la razón y los experimentos, y nos hace espantarnos de la nociva ac­ titud de los que en teología no emplean más que los argumentos de la razón en lugar de la autoridad de la Escritura y de los Padres» (Citado por H. K ü n g , ¿E xiste Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Madrid 1978 83).

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