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IGLESIA Y PROGRESO HUMANO 143 y se enrolan en diversas revoluciones o movimientos para la defensa de los pobres y de los humillados, por encontrar allí el impulso evan­ gélico que la Iglesia se ha dejado arrebatar. Es conveniente, por tanto, que la crítica comience por la propia casa de Dios, para que nuestras vidas no desautoricen nuestra fe. e) El diálogo Iglesia-mundo y la causa del progreso. Mundo e Iglesia están avocados al diálogo, un diálogo interrumpido unas veces por la Iglesia y otras por el mundo. Ni pueden ignorarse ni absor­ berse. La relación dialéctica queda rota cuando uno u otra invaden el campo ajeno, o cuando se dejan dominar por un fatal mimetismo que hace que se evaporen los propios contornos. Ni el mundo debe ser eclesializado ni la Iglesia debe mundanizarse. La pérdida de la propia identidad significaría la desaparición del interlocutor. Sociedad e Iglesia se deben a la misma causa, la causa del hombre, pero desde diversa motivación, con distinta óptica, en orden a objetivos concretos diversos, cada uno con medios peculiares. Se encuentran, por tanto, en la tarea humana. Una tarea que tiene aspectos diversos que legitiman la presencia de agentes distintos. Pero son aspectos complementarios y, en definitiva, coincidentes en el servicio que ambos deben al hombre. El diálogo entre la Iglesia y el mundo resulta hoy más fácil una vez aseguradas las respectivas competencias. En la medida en que se dé ese diálogo servirán mejor a la causa del progreso del hombre. Y, de rechazo, se logrará que uno y otra progresen interna­ mente en la clarificación de su cometido. La Iglesia está llamada a ser la «conciencia» de la humanidad. Y el mundo o la sociedad es una escuela donde la Iglesia puede aprender 55. Cerremos con las palabras de un teólogo que se ha ocupado del tema del progreso: «Ni la pureza de la Ciudad de Dios ni la perversidad de la Ciudad de Satán son de aquí abajo» 56. Nadie puede arrogarse la exclusiva de la verdad ni monopolizar la acción en favor del hombre. Román S á n c h e z C h am o so 55. Cf. GS 44. 56. C. Duquoc, L ’Eglise et le progrès, 125.

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