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142 ROMAN SANCHEZ CHAMOSO sabemos que los «cielos nuevos y la tierra nueva» son ante todo dádiva 51. d) La Iglesia tiene un papel propio en el campo del progreso hu­ mano y debe respetar al mismo tiempo el derecho de otras instancias. El silencio de la Iglesia privaría al hombre de un servicio que le es debido. La Iglesia no debe entrar en competencia con otros agentes sino introducir en el diálogo y en la búsqueda sus propios acentos: «I go my way». Estos son algunos de los matices más fundamentales: • En una época de fantástico progreso, el mundo sigue sometido a la vanidad por obra del pecado; nuestro mundo avanzado y desarro­ llado también gime y siente dolores de parto, anhelando la liberación y la plenificación que aún no tiene 52. • Entre la gama de aspectos que ofrece el progreso humano, la Iglesia propone aquél que toque y llegue al misterio interior del hombre, a su «corazón»; es el progreso genuino de la persona en cuanto tal persona, saliendo así al paso de tantos sucedáneos53'. Al obrar de este modo, la Iglesia es bien consciente de que se debe al hombre del que conoce por la revelación sus posibilidades y aspiracio­ nes, pero al mismo tiempo detecta las amenazas que le acechan y los temores que le inhiben y le roban la alegría54. La Iglesia tiene que interesarse y mirar con simpatía un mundo que ha sido creado por Dios para el hombre. • Cuando la Iglesia asume el papel de exorcista, de denuncia pro­ fètica o de agente crítico ante determinados fenómenos del progreso actual, lo hace como una tarea que le ha sido impuesta o encomendada; en definitiva, obra así por fidelidad tanto a Dios como al hombre. • No hay oposición entre Iglesia y progreso humano, como no la hay entre revelación y pensamiento, entre fe y praxis mundana. Esta­ mos lejos de los planteamientos simplistas o reduccionistas del siglo pasado que vivió agudamente este conflicto. Pero hoy la advertencia le viene a la Iglesia por otro costado. No puede ignorar que hay en su seno quienes la ven más como obstáculo que como camino para trabajar en favor del hombre, por lo que se desmarcan de la Iglesia para poder llevar a cabo la acción a que se ven urgidos como creyentes, 51. Cf. GS 39. 52. Cf. Rom 8, 19-22; GS 2, 13; RH 8. 53. Cf. RH 8, 16, 20. Aquí encuentra Juan Pablo II un quehacer pecu­ liar de la Iglesia. 54. Cf. RH 14, 15, 16.

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