PS_NyG_1981v028n001p0117_01430410

IGLESIA Y PROGRESO HUMANO 141 de» viene. Más difícil aun será que pueda responder a preguntas como esta: ¿Cómo está hecho el hombre para que lo podamos conocer? ¿Qué es el hombre para que podamos hacerlo progresar? 50. * Se está pasando del antagonismo a la colaboración y complemen- tariedad, del anatema o el desconocimiento a la búsqueda en común, de la recíproca descalificación a la escucha de dialogantes. Lo cual supone de entrada un mutuo respeto del campo y competencia propios. La interdisciplinariedad en el tratamiento de los temas más profunda­ mente humanos es un estilo de afrontarlos que goza cada vez con más seguidores y ofrece mayores garantías de acierto. 0 Aun trabajando todos en favor del hombre, no por ello se coin­ cide en las motivaciones últimas de esa dedicación, en la «mística» de la propia tarea. La Iglesia puede y debe hacer mucho camino en común con otras instituciones pero no puede diluirse en ellas, ni si­ quiera debe trabajar anónimamente; debe decir su propia palabra, ser presencia testimonial y efectiva para que el diálogo resulte realmente enriquecedor. Es ley intrínseca al auténtico diálogo saber con quién se dialoga, explicitar quién es cada uno. ®Nuestro mundo, y de modo especial en el ambiguo campo del progreso, está necesitado de certezas y de alguien que se las proponga. Hay que «esperanzar» al hombre actual, es preciso dar o provocar esperanzas. Un papel y una urgencia de la Iglesia de hoy, cuando asistimos al hundimiento de tantos mesianismos («progreso», «ciencia», «sociedad capitalista», «paraíso socialista»). Esta certeza la necesitan también quienes franquean los umbrales de la Iglesia. El progreso científico actual tiene que ser seriamente corregido y profundamente repensado. El primer paso debe ser su «desmitifica- ción». La Iglesia deberá ser una voz profètica e independiente, la reserva crítica que introduzca en los planteamientos correctivos impor­ tantes: progreso cualitativo, ético, integral, espiritual. La Iglesia de­ berá relativizar cualquier absolutización que pretenda hacer coincidir el progreso humano con el reino de la felicidad definitiva o de la realización plena del hombre. Sabemos que el progreso auténtico no se obtiene sin la acción callada pero eficaz del Espíritu; pero también 50. Sólo el Creador del hombre puede responder, «el que examina vues­ tros corazones» (1 Tes 2, 4; cf. Jer 11, 20; Ps 13, 3), ya que él es quien «me escruta y me conoce» en lo profundo (Ps 138).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz