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140 ROMAN SANCHEZ CHAMOSO pero nada de lo que sea fruto de la caridad perecerá. Esta intuición de T. de Chardin la ha asumido también el concilio 48. Podemos, por tanto, suscribir esta conclusión de R. Laurentin: «No hay salvación hoy sin colaborar en la construcción del mundo, y menos aun en el menosprecio de esta construcción» 49. La fe cristiana, lejos de alienarnos o distraernos de la tarea tem­ poral conducente a la construcción del mundo, es una instancia única de exigencia radical y de compromiso del todo peculiar en esta tarea. No aliena sino que compromete; no es opio sino estímulo; cualquier otra interpretación no es cristiana. La Iglesia se encuentra ante esta responsabilidad ineludible si quiere ser fiel a su Señor. c) El deshielo de recelos y sospechas seculares. Hoy comenzamos a afrontar estos problemas con más serenidad y con menos dependencia de las ideologías. Se van eliminando muchos prejuicios y subsanando muchos malos entendimientos. Parece pasado el tiempo de la oposición hostil o de la yuxtaposición distante y pacífica, en realidad un eufe­ mismo que encubría la mutua arrogancia e ignorancia cuando no el desprecio. Un nuevo camino se impone: el crítico-dialogal. Un diálogo múltiple y una búsqueda en común, pues se trabaja en la misma causa y compartimos la misma amenaza. Señalamos algunos indicios del des­ hielo que está en curso: ® El progreso científico no es considerado automáticamente como un progreso humano. Y no es la ciencia quien debe hacer esta valo­ ración; cada vez se ve más normal que otra instancia (ciencias morales y jurídicas, humanismos, confesiones religiosas...) se ocupe de aquello que escapa a la ciencia pura pero que es eminentemente pertinente al hombre. El científico en cuanto tal no tiene respuesta a la pregunta: ¿Adonde va el gigantesco proceso de desarrollo de la ciencia y del mundo en general? Ni tampoco puede dar una respuesta al «de dón- temporal y crecimiento del reino de Dios, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios» (GS 39). 48. «Los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuer­ do con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, ilumi­ nados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y uni­ versal... El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección» (GS 39). 49. O. c., 171.

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