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IGLESIA Y PROGRESO HUMANO 139 llamado. El «someted la tierra» del Génesis me obliga a humanizarla pero no a explotarla o destruirla abusando del título de señor. Creer en Dios como creador implica una responsabilidad con respecto al hombre y a su entorno natural. Para el creyente resulta del todo insuficiente el «humanismo por evolución tecnológica» 44, no solamente por sus resultados ambiguos que el hombre conoce muy de cerca a posteriori, sino como imperativo que se deriva de la concepción cre­ yente del mundo y del hombre. b) P rogreso humano y salvación del hombre. Nos hallamos ante dos realidades formalmente distintas, pero no desvinculadas. La salva­ ción del hombre y el reino de Dios no serán nunca el resultado del progreso humano, pero la acción del hombre tiene algo que ver con ellas. El concilio nos enseña que compromete su salvación quien descuida el cumplimiento de la tarea humana o profesional que tiene encomendada45. La actividad humana conoce una vinculación con el misterio pascual. La ley del amor es simultáneamente la norma básica de la perfección humana y también de la transformación del mundo. El creyente no sólo vive animado por el deseo del mundo futuro, sino también con el deber de hacer más humana la vida presente a la que tiene obligación de prestar su colaboración 46. La ley de la vida divina y la ley de la salvación en Dios es la ley del amor. Sabemos que al final quedarán sólo el amor y sus obras, los frutos deuna vida que ha sido toda ella informada por el amor. En esta línea, el progreso humano es hoy un campo privilegiado de la realización del agape divino. A los hombres del siglo xx se les medirá por el canon establecido en el juicio de las naciones. El progreso realmente humano, el desarrollo integral de la persona es un imperativo para quien se dice animado por el amor. Sabemos que sin la comunión humana resulta falaz la pretendida comunión con Dios, a quien no vemos. Está descartada toda disociación o dilema fáctico entre elección de Dios o del mundo, entre gracia y naturaleza, entre eterno y temporal. La toma de postura del Vaticano II al respecto es nítida 47. No todo lo que el hombre hace está llamado a perdurar, 44. Cf. H. K üng , Ser cristiano, 2.a ed., Madrid 1975, 37-43. 45. Cf. GS 43. 46. Cf. GS 38, 39. 47. «La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo futuro. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso

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