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IGLESIA Y PROGRESO HUMANO 135 dado que «el hombre actual ha perdido la ingenuidad». Esto significa aceptar sin reservas la «racionalidad crítica» pero también implica el rechazo del «racionalismo absoluto». Es decir, el hombre ni puede ni debe renunciar a la razón y a sus posibilidades, pero la razón no es el único recurso para construir su vida propia de hombre. Ahí reside la grandeza y al mismo tiempo los límites de la razón. d) La ciencia necesita y busca la ética. Prosigamos el mismo derro­ tero que trazan los científicos. En virtud de la lógica interna del pensamiento, científicos modernos eminentes han sentido la necesidad de llegar a un fundamento ético de su actividad científica. El caso más llamativo es el de los físicos. Declaran la insuficiencia del funda­ mento materialista-positivista, reconocen la relatividad de sus resultados y de sus propios métodos. A partir de la invención de las armas ató­ micas y, sobre todo, al comprobar sus secuelas de muerte y la ambi­ valencia terrible de estos hallazgos en manos de los políticos, se ha suscitado abiertamente la cuestión de la responsabilidad del científico en su propia tarea y la cuestión subsiguiente de las implicaciones éticas de sus conquistas. La ciencia no es neutra, y esto a pesar de las mejores intenciones del científico Sabemos cómo la ciencia estuvo al servicio de la política en el nazismo, al servicio de la ideología en los países del Este europeo, al servicio de la producción y de las ventajas materiales en la sociedad capitalista. Los científicos saben muy bien que sus inventos escapan a su control al determinar su uso otras personas y para otros fines que no son precisamente los de la pura ciencia; por eso los científicos han descubierto que su responsabilidad no cesa al hacer la trasferencia de sus logros a otras manos. La ciencia roza aquí el campo de la ética. ¿Se debe hacer todo lo que se puede hacer, todo lo que es técni­ camente posible? ¿Contribuye todo progreso científico-tecnológico a la libertad, a la madurez, a la humanidad del hombre? Hoy se hacen estas preguntas los grandes científicos, entrando con ello en el terreno de la ética. Y hablar de ética implica la pregunta por el sentido, por la escala de valores, por unas ideas que deben ser las directrices de la acción, por una norma que no es estrictamente científica. Y de esta forma se llega insensible pero inexorablemente al campo de la reli­ gión. Citamos unas palabras de Werner Heisenberg, quien recoge en ellas el pensamiento al respecto de científicos como A. Einstein, M. Plank y N. Bohr: «Donde no existen directrices que señalen el camino, desaparece, a una con la escala de valores, el sentido de nuestro hacer

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