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IGLESIA Y PROGRESO HUMANO 133 Ya hay indicios de que ha comenzado una reacción que presentamos a continuación. c) Retroceso progresivo de la «fe en la ciencia» o de la « ciencia como religión». Desde el punto de vista estrictamente científico, y a tenor con las declaraciones de los hombres de ciencia, puede decirse que se halla en retirada el «mito de la ciencia y del progreso» o la ideología dentista como solución universal y definitiva de los proble­ mas que aquejan al hombre. La solución habrá que buscarla en otra parte. Esto no significa abjurar de las aportaciones que el avance cien­ tífico está proporcionando al progreso humano o desconocer los mejo­ ramientos que ha proporcionado a la vida del hombre sobre la tierra, significa más bien que no se considera la aportación de la ciencia como la palabra definitiva y plenificante, es decir, se rectifica la actitud entu­ siástica del pasado próximo cuando se profetizaba la inmediata suplan­ tación de la religión en favor de la ciencia. Se ha cuarteado la fe en los efectos beneficiosos de la ciencia. Hay que desistir del cientismo ideológico o fe dogmática en el poder humanizador de la ciencia. La trágica ambivalencia del progreso científico y el abandono pro­ gresivo de posturas apriorísticas eminentemente dogmáticas e ideoló­ gicas está cuestionando en profundidad el mito moderno de la ciencia todopoderosa y del progreso indefinido. Se constata que en la racio­ nabilidad de que alardean se han colado rasgos irracionales. El «mito del progreso científico» aparece cada vez más claramente como un dios inexorable y tiránico que ni siquiera se detiene ante el precio de vidas humanas. Son los mismos científicos quienes, al remontarse sobre el reducido coto de su especialidad y al pensar como simples hombres, comprueban y confiesan que la ciencia no puede proporcionar la expli­ cación total de la realidad y que el progreso científico no es la «reli­ gión» de recambio que necesitábamos. Ven, además, el fracaso de la «gran promesa» en virtud de la cual el incremento de los bienes mate­ riales, la posesión cada vez más abundante de los mismos y el aumento constante del confort, obtenidos gracias a la técnica, a la industria y a la economía, no ha hecho al hombre más feliz, ni siquiera más humano. Las mentes más lúcidas, sobre todo las provenientes del área de la filosofía de la cultura, denuncian alarmados el «déficit de sentido» o el «vacío de sentido» de la nuestra sociedad científico-industrial del bienestar y del consumismo. Hemos creado un mundo poblado de objetos, pero amenazado en su interior por el gusano letal del vacío;

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