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IGLESIA Y PROGRESO HUMANO 131 Fácilmente se advierte aquí una contradicción palpable: el precio del progreso es mayor que la adquisición lograda. Y la humanidad ha acusado el golpe, haciendo irrupción el remordimiento o sentimiento de culpabilidad, tanto individual como colectivo, ante esa «mala con­ ciencia institucionalizada». En nuestros díp.s se dan crímenes de «lesa humanidad», y nosotros somos testigos. Un cristiano ve en ello la perpetuación de la pasión del Señor: «Lo que hiciereis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis»; se está haciendo necesario el juicio de las naciones de Mt 28, 25 s. Ante esta ambivalencia fáctica del progreso ha sufrido un duro golpe la «fe en la ciencia» que se profesaba a principios de siglo en ciertos cenáculos universitarios. La trágica experiencia de nuestro siglo hace dudar seriamente de que la ciencia, y la subsiguiente tecnología, signifiquen inequívocamente progreso y desplacen a la religión en la tarea de proporcionar la felicidad al hombre. Ni siquiera se ve hoy la ciencia como la clave para despejar los más profundos interrogantes humanos. El mundo dejado exclusivamente en manos de los científicos está mostrando claramente los límites de sus posibilidades en el campo de la política, de la economía, de la producción, de la convivencia social, de las normas de comportamiento... Hoy, y tenemos testimo­ nios como los de A. Einstein y R. Oppenheimer, se comprueba clara­ mente que certeza intelectual y progreso científico no significan sin más seguridad existencial o progreso humanitario. Más aun, se descubren trágicas contradicciones existentes entre la ciencia moderna y la vida humana, tensión que hace sufrir a los científicos más responsables. Hoy es corriente la denuncia del carácter ambivalente del progreso científico sobre todo en su vertiente aplicada al dominio de la natura­ leza. El fruto de este progreso se ha vuelto una amenaza mortal para el hombre al escapar a su control y al ser visto como un potencial de aniquilación. De esta forma se está pasando de la fe en la ciencia al miedo que suscitan los frutos de la misma 34. Vuelve a tener actualidad el mito del dios que devora a sus propios hijos. El destino humanitario o destructor del progreso moderno puede caer de una u otra parte, y el hombre actual experimenta la carencia de recursos para ser el árbitro de su empleo. Por paradójico que parezca, está perdiendo el 34. Juan Pablo II habla en términos de «m iedo», «inquietud», «amenaza», «alienación» que experimenta el hombre actual ante el desarrollo tecnológico y sus consecuencias: RH 15 y 16. Aquí encuentra la Iglesia un campo apropiado para decir su propia palabra.

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