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92 MIGUEL G. ESTRADA e irresponsabilidad. A lo mejor en otros tiempos la teología de la vida religiosa que se manejaba quería justificar una cierta inhibición por parte del religioso frente a la Iglesia diocesana. Hoy, con otra visión de la teología de la vida religiosa, ese antiguo desinterés resulta in­ aceptable. Y es que la Iglesia local presidida por el obispo es una, como sacramento de salvación, y cualquier bautizado que viva en ella forma parte necesariamente de la misma. No tiene, entonces, sentido alguno que el religioso quiera automarginarse, dando la espalda a la Diócesis particular. Sí, la inserción diocesana del religioso debe ser real. Pero si esa inserción debe ser real, debe serlo según «un cierto modo»; así lo dice expresamente Mutua Relationes. La apertura de los religiosos a la Diócesis no es atípica sino que viene enmarcada dentro de unos límites y con unas modalidades especiales. A mí me parece que esto reviste, por lo demás, una gran importancia. Si se quiere opinar correctamente a la hora de hablar de la encarnación de los religiosos en la Iglesia local no se puede ignorar que, de acuerdo con Mutuae Relationes, esa apertura, necesaria ciertamente, es también según un cierto modo. Y esta expresión —«un cierto modo»—, relativiza signi­ ficativamente aquella inserción en el fondo y en la forma. A lo mejor a la base de muchos despistes, en la manera de cooperar los religiosos o de pedirles la cooperación en la vida diocesana, existe una ignorancia de ese detalle clarificador, una ignorancia de que los religiosos se deben insertar en la Iglesia local según un aire particular. Conviene, por consiguiente, tener esto en cuenta. Porque si es verdad que no se puede poner en tela de juicio la inserción de los religiosos en la Iglesia diocesana, tampoco se puede desdeñar el matiz que debe adoptar esa inserción. No de cualquier forma sino según un cierto modo es cómo los religiosos se inscriben activamente en la Iglesia local. 2. L í m i t e s d e l a in s e r c i ó n Dicho lo que precede hagámonos una pregunta que nos introduce ya de lleno en la cuestión central, en la verdadera problemática que intentamos abordar hoy, ahora y aquí. Porque no es suficiente dar el primer paso, es decir, conceder que la vida religiosa debe insertarse en la pastoral diocesana y, en general, en la vida diocesana; eso sería simple enunciado aséptico, una afirmación más. Ni aclararíamos gran cosa añadiendo que se trata, además, de una cierta inserción, de una

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