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CARISMA RELIGIOSO E INSERCION DIOCESANA 115 Tampoco la vida religiosa, como sabemos, es un producto meramen­ te ni fundamentalmente sociologico. A la base de la vida religiosa està ese su ser carismàtico, ese su ser como don especial del Espíritu. La procedencia graciosa de la vida religiosa desde el Espíritu es un ele­ mento definitorio de nuestra existencia peculiar de consagrados. Ahora bien, este ser don del Espíritu impregna lógicamente nuestra misión; somos llamados para una misión concreta en la Iglesia sacramento de salvación. Y, entonces, cuando se trata de evangelizar, cuando se trata de insertarnos en plan evangelizador en la Iglesia local, sacramento de salvación, sólo lo haremos correctamente si lo hacemos desde la especificidad carismàtica nuestra, y como manifestación de esa especi­ ficidad carismàtica. Esto vale tanto como decir que nuestra evangeli- zación en la Diócesis —nuestra encarnación— sólo será auténtica si es religiosa. Al fin, con esta referencia a la vida religiosa, no hacemos más que decir de otra forma lo que claramente afirma el Vaticano II. El último concilio advierte que en los religiosos su quehacer apostólico se trans­ forma de sí mismo y sin ninguna intencionalidad expresa, en quehacer religioso-apostólico, y el ser religioso, sin añadidura ninguna, es ya tarea evangelizadora. Viviendo la esencialidad del propio carisma, de la propia llamada del Espíritu, uno se inserta necesariamente, según una cierta y real dimensión, en la misión evangelizadora y salvifica dio­ cesana, y encarnándose en esa misión diocesana determinada vive el don del Espíritu que le fue concedido en el carisma religioso. Creo que esto es lo que quiere decir Aquilino Bocos al escribir así: «Todos los cristianos están llamados a evangelizar, toda la Iglesia es evangelizadora, pero no todos de la misma manera. Los religiosos están llamados a evangelizar según el peculiar modo de sentirse insertados y de participar en el destino salvador de Jesú s»43. Exactamente, a mí me parece que esto es lo que el Espíritu quiere de nosotros. El no nos quiere, al hacernos objeto de una llamada espe­ cial en la Iglesia, y en la Iglesia local, no nos quiere encarnados en el trabajo evangelizador bajo cualquier forma e indiscriminadamente; El nos quiere evangelizadores en cuanto que religiosos, según una moda- 43. Redescubrir la vocación evangelizadora, una señal inequívoca para los jóvenes religiosos, en Los religiosos y la evangelización del mundo contempo­ ráneo, Madrid 1975, 212.

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