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114 MIGUEL G. ESTRADA que hemos recibido. Insertarse sí, necesariamente sí, pues que somos parte integrante de la Iglesia, fundada por Dios para realizar el plan divino de salvación universal. Pero cada uno, repitiendo las palabras de Mutua Relationes, «desde su propio puesto», ya que cada uno par­ ticipa «a su manera de la naturaleza sacramental de la Iglesia». O sea, como dice Tillard: «La entrada libre y maduramente pensada en tal o cual Instituto —de acuerdo con la llamada especial del Espíritu— , está unida de por sí a la adopción de un estilo de vida y de un tipo de actividad determinados 'desde dentro’ precisamente por esa llamada del E sp íritu »42. No se trata, por tanto, de afirmaciones y pretensiones gratuitas. Reflexionando sobre el constitutivo último de la Iglesia — convocación multiforme hecha por el Espíritu como sacramento de salvación— , se llega a concluir la necesidad de vivir y actuar cada uno según el carisma que ha recibido. No somos nosotros, es el Espíritu el que nos convoca y une en la obra sacramental de salvación universal. Pero el Espíritu no nos despersonaliza o apersonaliza, el Espíritu integrándonos en el sacramento de salvación que es la Iglesia, nos respeta como seres individualizados, como personas objeto de una llamada, de un carisma particular e irrepetible. La unidad que se crea con esa misteriosa con­ vocación por el Espíritu a formar parte del sacramento de salvación que es la Iglesia no es masificadora, respeta la especificidad, la pecu­ liaridad irrepetible de cada persona, de cada llamada personal. Y bien, desde aquí me parece que entendemos mejor la razón de esa diversidad de papeles a la hora de insertarnos los religiosos en la misión evangelizadora de la Iglesia local43. Todo lo que añadamos a esto serán ya aplicaciones particulares, aplicaciones que hacemos aquí en relación con la vida religiosa. 42. Vocación religiosa, vocación de Iglesia, Bilbao 1969, 247. 43. El tránsito de Iglesia universal a Iglesia local o diocesana ya se en­ tiende que es lógico, pues, al cabo, la Iglesia local no es sino la «concentración del único misterio de la Iglesia universal, en cuanto que acontece en un lugar, en un momento y en una comunidad humana determinada» (cf. R ahner -R at - z in g er , Episcopado y Primado, Barcelona 1966, 32). O sea que «la Iglesia lo­ cal, reunida en torno a su Obispo, actualiza el Misterio de la Iglesia. Pertene­ cer a ella es pertenecer a la Iglesia; a través de ella, el creyente entra en vin­ culación con la Iglesia universal» ( J . C. R . G arcía P a r ed es , Pertenencia a la Iglesia, pertenencia al Instituto, en Vida religiosa 42 (1977) 111).

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