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112 MIGUEL G. ESTRADA mover y fomentar la fidelidad y autenticidad de los religiosos y ayudar­ les a insertarse en la comunión de su misma Iglesia y en la acción evan­ gelizados, según su propia ín d o le»37. Estamos, como se ve, en el polo opuesto a aquella manipulación de los religiosos por parte de los responsables diocesanos, de que ha­ blábamos en un apartado anterior. El documento Mutuae Relationes no sólo se opone a esa manipulación sino que pide a la cabeza visible de la Iglesia local, al obispo, que tenga un cuidado especial en orden a que los religiosos mantengan su especificidad; entre las obligaciones que pesan sobre el obispo, una es ésta: urgir a los religiosos para que se mantengan y actúen en la comunidad diocesana como tales, como religiosos. Pero dicho lo que precede podríamos preguntarnos por la teología de esa recomendación, podríamos preguntarnos por qué la Iglesia in­ siste en que los religiosos conserven siempre su especificidad, su manera de ser particular; y porque la conserven de una forma muy concreta cuando se trata de su encarnación en la Iglesia local. Ahora bien, y contestando a esa pregunta, la ra2Ón teológica que está a la base de esa insistencia brota de la autorreflexión de la Iglesia sobre sí misma. In­ tentando comprenderse a sí misma la Iglesia se descubre, desde luego, como Pueblo uno y múltiple vivificado por el Espíritu. Esto quiere decir, antes de nada, que sólo partiendo del Espíritu se entiende esa convocación una y múltiple que es la Iglesia; sólo desde esa convoca­ ción que trasciende a cualquier esquema exclusivamente sociológico, se entiende el Misterio que es la Iglesia. Así lo dice expresamente Mutuae Relationes: «Ocurre que sólo en esta perspectiva transcendente pueden hallar una interpretación exacta las relaciones mutuas entre los diversos miembros de la Iglesia, ya que la presencia misma del Espíritu Santo es el elemen­ to sobre el cual se funda la originalidad de su naturaleza»38. Ahora bien, la originalidad de esa naturaleza mistérica de la Iglesia vivificada por el Espíritu se muestra, entre otras cosas, en esto: la Iglesia, Pueblo de Dios, es por una parte, «un solo Cuerpo» (1 Cor 12, 13), pero, a la vez y sin destruir esa unidad, se compone de «mu­ chos miembros diferentes» (Rom 12, 5). Esta pluralidad y pluriformidad 37. N.° 52. 38. N.° 1.

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