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108 MIGUEL G. ESTRADA lidad, una lamentable realidad, en determinados Institutos religiosos. Ahora bien, si esto es así, si verdaderamente se ignoraban los elementos fundamentales del carisma propio, tenía que resultar lógico entonces que no se viviese ese carisma con su exigencia misional propia, que no se viviese un carisma cuyo contenido o se desconocía en absoluto o se conocía solo superficialmente. Y esa ignorancia, o vivencia super ficial del carisma, tenía lógicamente que dar paso a formas disparatadas de inserción misional; también a formas totalmente absurdas de encar nación diocesana. Que es exactamente — yo tengo esta impresión— lo que ha sucedido de vez en cuando. Por otra parte, y por citar un ejemplo muy de nuestros días, con elactual giro de la pastoral — una forma muy concreta de inserción en la Iglesia diocesana— se han provocado situaciones que han hecho aflorar a un primer plano el confusionismo. Desde esta nueva pastoral encajada acríticamente se ha llegado en ocasiones hasta no entender el sentido, la razón de ser de la vida religiosa. A este propósito voy a citar un par de casos, como podría citar otros muchos. Con la nueva pastoral ha aparecido, en todo caso se ha hecho muy normal, la figura del párroco religioso. Muchosreligiosos han pasado a ser párrocos. Ahora bien, el nuevo religioso párroco, alejado inespe radamente de sus estructuras y horarios conventuales, tras un cierto tiempo al frente de su parroquia, un buen día — esto ha sucedido en más de una ocasión— se ha sorprendido haciéndose una pregunta a la que de momento no ha sabido contestar: «Pero bueno — así la pre gunta— , ¿qué añade mi ser de religioso a mi ser de p árro co ?»27. Que es lo mismo, pero con otras palabras, que se preguntaron ciertas reli giosas de enseñanza. Ellas, esas religiosas, opositaron con éxito y se fueron a dar clase al Grupo Escolar, al Instituto, etc., y al cabo de algún tiempo y sin saber cómo, algunas de esas religiosas comenzaron a preguntarse: «¿pero es que el ser religiosa añade algo al ser profe sora o maestra?». Naturalmente que el ser religioso añade algo a esa encarnación práctica que supone el ser párroco, maestra o enfermera. Lo que pasa 27. Tal vez no estaría mal que estos religiosos se preguntaran: «¿N o existe algo así como una ’trampa’ de la gran Iglesia para que las Ordenes se adapten a las circunstancias y se llegue a la distensión del antagonismo? ¿No forma acaso parte de esa trampa el proceso de creciente 'parroquialiazción’ de las O r denes en los últimos tiempos?» (cf. J. B. M etz , Las Ordenes religiosas, Barce lona 1978, 104).
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