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106 MIGUEL G. ESTRADA A mí me parece que, lo mismo los religiosos que los responsables jerárquicos de la Iglesia local, no deberían perder nunca de vista, que la exigencia misional diocesana para los religiosos — el campo y límites de la misma— nace del mismo carisma, de la misma vida religiosa carismática. Y que las instancias externas al mismo carisma religioso por cualificadas que sean, serán muy dignas de consideración, dignísimas de consideración en el mejor de los casos, pero nunca son tan impor­ tantes como para determinar impositivamente el campo y los límites de la encarnación de los religiosos en la Iglesia diocesana. En relación con este pensamiento me parecen muy exactas las palabras de Aquilino Bocos quien, hablando de la misión evangelizadora de los religiosos, escribe: «Esta misión no les viene (a los religiosos) del exterior ni está susci­ tada por las mayores o menores necesidades de los hombres; ni siquiera es un mandato que se recibe de la Iglesia o de su jerarquía, sino que brota de la misma llamada de ese dinamismo de gracia que invade toda nuestra existencia y la pone enteramente al servicio del Evangelio»25. Efectivamente así es. Sólo desde el dinamismo de la gracia, desde el dinamismo del carisma propio, como veremos más adelante, se en­ tiende cuáles son en última instancia el campo y los límites de la misión diocesana de los religiosos. Y la jerarquía de la Iglesia, una vez aprobado como bueno un carisma, no tiene autoridad para vio­ lentar la gracia evangelizadora en que cuaja tal carisma. Me parece a mí que lo mismo para obispos que para religiosos vale esta obser­ vación de Jesús Alvarez: «No se funda un Instituto religioso ni se ingresa en uno ya existente únicamente ni principalmente para estar más disponibles, para ser más útiles, porque entonces la Vida Religiosa tendría su razón última en el deseo de una mayor eficacia; y, por consiguiente, desde el momento mismo en que se fuese más eficaces en otra parte, habría que abandonar la Vida Religiosa. La Vida Religiosa o la entrada en un Instituto reli- sana ha de realizarse desde su nota esencial, que es la vida contemplativa, y no desde una actividad externa. Para que se acreciente esta comunión en pro­ fundidad y realismo, las religiosas deben ser informadas oportuna y adecuada­ mente sobre los objetivos pastorales, proyectos y necesidades de la Iglesia uni­ versal y diocesana, que en ningún modo son extraños a su apostolado de vida y contemplación» (Diálogo con las contemplativas, Madrid 1979, 144). 25. Redescubrir la vocación evangelizadora, en Los religiosos y la evangeli- zación del mundo, Madrid 1975, 212.

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