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88 MIGUEL G. ESTRADA des, sino que también reparte gracias especiales entre los fieles de cual­ quier condición, distribuyendo a cada uno según quiere fl Cor 12, 11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edifica­ ción de la Iglesia, según aquellas palabras: 'A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad’ (I Cor 12, 7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes, deben ser re­ cibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia... El juicio de su autenticidad y su ejer­ cicio razonable pertenece a quienes tienen autoridad en la Iglesia » i. Como se ve, en estas palabras del Vaticano II no aparece para nada la alusión a un momento concreto en la historia de la Iglesia, no se ponen fechas límite para la aparición de esas gracias o dones que son los carismas. Y la razón está en su origen, en su procedencia. Los carismas son manifestaciones del Espíritu, dones benignos del Espíritu. Pero es claro que Dios puede actuar, otorgar esos dones, cuándo y cómo quiera. Y sólo podríamos decir que Dios se redujo a conceder carismas en un momento concreto de la historia si es que El así lo hubiera revelado. Pero esta revelación delimitadora no existe. Luego en cualquier momento pueden aparecer los carismas, las actuaciones carismáticas del Espíritu. Además, los carismas son gracias dadas para provecho de los demás, para «la mayor edificación de la Iglesia». Tenemos, por consiguiente, como un distintivo definitorio del carisma su carácter relacional, su sen­ tido de alteridad; el carisma se define como ser-para-la-comunidad. Ni tiene sentido la distinción entre privado — en cuanto se quiere significar algo exclusivamente «para mí»— , y comunitario; en el carisma cabe decir que todo es personal siendo comunitario. Y es que el carisma no es primariamente para el que lo recibe, en cuanto que su vida de cre­ yente se decide dentro de la comunidad. Por otra parte, según el Vaticano II, el carisma puede presentarse como un fenómeno extraordinario — tal sería, por ejemplo, la irrupción de San Francisco de Asís en la Iglesia del siglo xm — , pero también hay carismas «más comunes y difundidos». Así lo indica el Vaticano II ofreciéndonos, más que una definición, una descripción de esa realidad religiosa que llamamos carisma. Ahora bien, dentro de esa descripción cae de lleno la vida religiosa. Y es que la 1. Lumen gentium 12.

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